divendres, 21 de gener del 2011

HISTORIAS EN MI MOTOCICLETA

Cuando cumplí 14 años heredé una pequeña moto de mi querido tío Pedro. LA HONDITA. Creo que nunca había sido más feliz. Una moto para mi sola. Una moto para ir arriba y abajo...al centro y pa dentro!

Mi primera moto. Mi primera y última moto. Ya que entre patosa, gafe y despistada viví mil y una aventuras. Cuando no tenía ni dos semanas con mi hondita vino a verme mi amiga Chusa. De repente llamó su madre para decirle que fuera a casa immediatamente. Al parecer Chusa estaba castigada y se había escapado por la reja de su jardín. Normalmente iba y venía a pie, pero me ofrecí a llevarla para que llegara más rápido. Bajamos al garaje donde guardaba mi fantástica moto. Y toda convencida intenté encenderla. No hacía nada. De mientras, Chusa iba abriendo la puerta, con un semblante serio. Pobrecita, la que le iba a caer. No te preocupes ahora se va a poner en marcha. ¡Qué optimista! Durante más de media hora estuve dándole al pedal. Media hora. Chusa también lo intentó. No podía ser, en ese tiempo pudo ir y venir tres veces a pie. Finalmente arrancó, le dije a Chusa que subiera para ya irnos directamente. Estábamos las dos muy contentas de haberlo logrado. De repente empezó a soplar un fuerte viento. Pam. El gran portón de madera se cerró a nuestro paso y chocamos. La moto se apagó y no lo volvimos a intentar. Al final, le acompañé a pie. Me quedé a cenar y con nuestra aventura hubieron más risas que broncas en casa de mi amiga.

La verdad es que la moto me daba una independencia desconocida hasta entonces. Podía ir y venir. Quedarme un rato de cháchara después de clase. Descubrir rincones de mi ciudad que antes ni había visto. Eso era nuestro pasatiempo favorito. Chusa detrás y venga a dar vueltas horas y horas.

Siempre se ha dicho que pisar mierda trae buena suerte. Pues yo creo que tengo acumulada suerte hasta los ochenta años. En uno de nuestros paseos, al parar en un cruce pise una mierda. Seguí mi camino hasta el próximo cruce que nos hizo frenar el semáforo en rojo. A mi lado había un chico muy mono en una moto. Lo miré y le sonreí. Y cuando bajé los pies para apoyarme. Le pisé. Chusa se estalló de la risa. Me giré para ver que le pasaba y me señaló el pie del vecino. No podía ser. Al pisarle le había dejado toda la mierda de perro en su zapato, como si hubiera usado su pie como felpudo. Me puse roja como un tomate. Miré al frente y al ponerse verde salí como un cohete. ¡Qué vergüenza!

Otro día, nos dirigíamos al campo de fútbol para ver a quien encontrábamos. De repente, un coche me adelantó muy cerca de nosotras y me desplazó hacía la derecha. Pum. Un golpe seco. Pensé que había dado con el retrovisor con la barandilla de hierro de la acera y seguí. Cuando no había dado más de doscientos metros, pasó por allí Ángel Cornejo -un chico de mi barrio- Adiós Ro. Al girarme para devolver el saludo, me asusté. Chusa no estaba detrás mío. Al principio no entendí nada. El golpe...retrocedí. Chusa estaba sentado en la acera con el casco puesto. El golpe que oí había sido mi amiga cayendo. Por suerte no fue más que un golpe en la rodilla que no pasó a mayores y ahora cuando recordamos batallitas siempre nos reímos mucho con ésta.

Mi moto era un poco particular. Para saber si necesitabas gasolina o no, tenías que abrir el sillín y con un palo comprobar los niveles. Estaba con Mireia, una compañera de clase, paseando y recordé que me tocaba ir a por gasolina. Le dije que se bajara. Miré los niveles. Me monté y me fui. Pero esta vez, nadie me saludó, así que llegué a mi casa. Por la noche Mireia me llamó enfadada. No se podía creer que la hubiera dejado en medio de la calle, con el casco puesto y que no hubiera regresado a por ella. Se esperó media hora pensando que era una broma. Sólo pude disculparme. La verdad, estaba muy acostumbrada a ir sola y Mireia era un peso pluma. No me...si, doy la cara NO TENGO EXCUSA ALGUNA!

Hablando de Mireia, os explicaré al última de las historias. Para hacer un atajo, pasaba por la calle donde vivía Mireia que era en contra dirección. Pero la verdad, me ahorraba como diez minutos de camino y nunca nadie me había dicho nada. Un día, pasando por mi ruta secreta me cayó el cesto que mi moto tenía en la parte delantera. Pensé que si paraba a recogerlo, intentaba arreglarlo y todo. Perdería mucho tiempo. Lo dejé allí. Sin más. A la mañana siguiente, que era sábado, Mireia me llamó diciendo que una vecina suya le había dejado mi cesta con una nota para su madre "Esto es de una amiga de Mireia, ayer por la noche, pasó por aquí y la perdió. Cuando le devuelvas la cestita, le puedes decir de mi parte que cómo vuelva a pasar en contra dirección le denunciaré a la policía. Gracias". Me indigné, ¿quién era esa vecina cotilla y anónima para amenazarme? Me indigne, pero por si acaso, nunca más volví a pasar por mi super atajo.

dimecres, 27 d’octubre del 2010

RO, NO SABES DECIR ADIÓS

De pequeña un viejo uraño me riñó porque le dije ADIÓS. Estaba jugando en el parque y cuando decidí irme pasé por delante de un dulce viejito. Le miré y le dije ADIÓS. Nada más. Solamente un tímido ADIÓS salió de mis labios. Me cogió por el brazo pellizcándome con rabia. ¡Qué gritos! No puede ser que una jovencita como tu vaya hablando con el primero que encuentra por la calle. Niña que no te conozco, que no me saludes nunca más, si te viera tu padre bla bla bla Desde entonces para mí decir ADIÓS se convirtió en un suplicio y cada vez que tenía que despedirme se me cerraba el estómago y me paralizaba.

Yo creo que lo mío llegó a ser patológico cuando fui a casa de mis primos del pueblo por dos días y me quedé dos semanas para aplazar el trance de la despedida. Era un verano muy caluroso y mis padres me mandaron al pueblo para que dejara de hacer el lagarto delante del televisor. Cada noche cuando llamaban para decir que vendrían a por mi, yo le ponía a mi tía cara de pena y ésta les convencía para que me dejaran un par de días más. Hasta que mi ensayadísima cara de pena dejó de funcionar. Y cuando llegó el día, monté tal pataleta que mis padres creyeron que era porque no me quería ir. Y no tuve que decir ADIÓS a nadie. ¡Rodriga se acabó!, dijo mi padre mientras me arrastraba hasta el coche.

La verdad, con el tiempo superé mi pánico a despedirme y sólo me quedé con el terror de la despedida. A veces he hecho auténticos dramas al despedirme de alguien. Recuerdo una Semana Santa cuando iba al instituto que me pasé toda la semana anterior llorando y escribiendo notas a todos mis compañeros: No sé cuando nos volveremos a ver, pero por si no nos vemos nunca más, te deseo lo mejor. Esa vez me citaron con el psicólogo del instituto. Entré y me encontré a mi madre llorando con todas mis notas en sus manos. Me senté y aguanté un rollo patatero sobre el suicidio. Tampoco lo desmentí. Dije que había tenido unos días malos pero que ya estaba mejor. Durante unos meses mi madre me cocinó mis platos preferidos, me regaló ropa y hasta nos fuimos los cuatro un fin de semana a un apartamento en la sierra.

Cada vez que alguien me dice no me gustan las despedidas yo sólo puedo decir ¡qué suerte la tuya!

dissabte, 14 d’agost del 2010

VIDA PERRA

A mí siempre me han gustado los animales. Pero cuando me preguntan, ¿cuál es tu animal favorito? No lo dudo y siempre respondo lo mismo: el perro. Pero, ¿es bueno creer sin más que el perro es el mejor amigo del hombre? No sabría decirlo. Sin embargo, creo que sería bueno reflexionar sobre esta frase: el perro es el mejor amigo del hombre. Mentira. En casa todos los perros que hemos tenido han adorado a mi madre, la seguían a donde iba, la esperaban ansiosos cuándo salía de casa, dormían a sus pies y era a quien le hacían más caso. Los demás podíamos no haber existido y no hubiera pasado nada. O sea, que en mi casa, el perro es el mejor amigo de la mujer. Cómo ejemplo pondré a mi bisabuela, que en una placa colgada en el comedor de su casa se podía leer: "A mi querido Tommy, que fue más fiel que mis cinco maridos". Es o no es el perro el mejor amigo de la mujer también.

Pero lo que más me fascina de los perros es su capacidad de escoger a sus compañeros. Se huelen el culo y perciben al instante un amo pobre o rico. Y el día que descubrí esto, decidí escoger a mis amigos por el olor de su trasero. Si los perros lo hacían no debía ser mala idea. Laura olía a neutra, la verdad, nunca se metía en problemas. Eduardo desprendía una aroma de familiaridad, con los años se convirtió en mi mejor amigo. En cambio, Martín tenía un olor agrío, como todos los golpes que nos daba a la hora del patio. Cuando ya llevaba dos semanas comprobando las intenciones de mis compañeros olfateándoles el culo, entré un día a clase y me encontré con mi profesora y mis padres con caras de preocupación. Mi padre me miró y me dijo: Rodriga, ¿por qué hueles culos? y en seguida me di cuenta que era mejor no explicar mi teoría perruna, o sea que respondí nada es un juego, pero ya lo he terminado. No os preocupéis.
Pero durante muchos años, cuando alguien me daba mala espina, me las ingeniaba de un modo u otro para olerle el culo. Y os lo digo en serio, mi instinto perruno nunca me ha fallado. Y aún hoy cuándo alguien me pregunta cuál es mi animal preferido digo que es el perro. Sin duda alguna.

dimecres, 28 de juliol del 2010

EL DÍA DE LA QUEJA

Mi madre se inventó "el día de la queja" cuando uno de nosotros estiramos demasiado la cuerda de su paciencia. Harta de aguantar suplicas y de oírnos rechistar, proclamó el miércoles como el único día en que nuestra casa se podía oír una queja, una pelea o cualquier cosa que pudiera entorpecer su paz.

Al principio me tomé muy a pecho la tarea de apuntar cualquier cosa que me molestara y llegaba a las reuniones quejunas más preparada que nadie. Me podías ver por casa con un pequeño blog en mano, observándolo todo y apuntando en riguroso orden lo que no me gustaba. Cuando digo riguroso, es riguroso: día, hora, estancia de la casa, persona implicada y el por qué de mi disgusto.

La verdad es que era un poco exigente con todos. De papa me molestaba que se durmiera antes que yo por sus ronquidos; que no pudiéramos empezar a comer nunca puntual porque siempre tenía una cosa u otra que hacer cuando mama nos llamaba a la mesa; que cogía el mando de la TV y no podíamos ver más que el telediario; que me hiciera pellizcos en mis mejillas cada vez que le daba una buena noticia; que entrara al lavabo antes que yo y lo dejara todo apestado; que siempre se sentara en la punta de la mesa; que consiguiera todos los quesitos del Trivial cuando yo aún no tenía más que uno; que no se limpiara los zapatos antes de entrar en casa; que me obligara a practicar todo tipo de deportes imposibles para mí y una queja que no le faltaba cada miércoles era la de mi nombre. No le podía perdonar que me hubiera puesto un nombre tan feo, tan masculino y tan poco adecuado.

De mama me irritaba su capacidad de estar alegre 24 horas; que no parase en todo el día: si no estaba fregando, estaba planchando y sino quitando el polvo; que me viniera a buscar al colegio todas las tardes (vivíamos puerta por puerta con la escuela); que me cosiera y descosiera la ropa en lugar de comprarme ropa nueva; que me obligara a hacer los deberes antes de ir a jugar; que me enviara cada día a comprar el pan y ¡cómo no! que hubiera permitido que me pusieran Rodriga sin rechistar.

De mí, creo que no había queja alguna. Hombre por favor, sólo con mi lista ya teníamos para una hora. Creo que era mi táctica para no dejar tiempo a los demás. Bueno, la verdad es que si recuerdo algunas: Ro eres muy desordenada, tendrías que aplicarte más, a veces te exaltas por nada...

Con los años ya cada vez me molestaban menos cosas y estoy convencida que las reuniones de los miércoles nos ayudaron a todos a ser más tolerantes, a respetarnos y a saber hablar las cosas en lugar de gritar, pelear o esperar la mejor ocasión para soltar una impertinencia sin venir a cuento. Estuvimos un tiempo sin reunirnos, pero cuando mi hermano Miguel cumplió 7 años volvimos a instaurar "el día de la queja", y la verdad, mi hermanito tampoco se quedaba corto con sus exigencias.

dimecres, 21 d’abril del 2010

POR LOS PELOS

Tengo pelo donde el resto de mortales no sabe ni que exista piel. Recuerdo perfectamente el día que decidí pedir hora para depilarme. Estábamos en la playa con unas amigas, todas muy monas y muy depiladas, no muy lejos de nosotras había unos chicos que no paraban de mirar. De aquel grupo saldría mi primer novio, creo que le gusté por los pelos. Sí, broma fácil.


En pleno mes de julio, me podías ver tapada hasta las cejas -por no decir la ceja- y moviéndome como un robot para no mostrar mis jóvenes y peludos sobacos, que palabra más fea por cierto! Bueno, esa misma tarde fui directo a la sala de torturas a que me quitaran hasta la última sombra. Yo no sé si grité más que lloré o lloré más que sufrí. Pero que me dolió os lo puedo asegurar. Detrás de mi había una primeriza y al salir le vi tal cara de susto que pensé en decirle no lo hagas tu aún estás a tiempo, ¡corre!

Salí directa a casa de mi amiga Chusa, después de dos horas de sufrimiento necesitaba compartir con alguien mi experiencia y ella seguro que me entendería. Iba por la calle pensando que mi cara reflejaba mi gran paso, bueno mi cara o mi raro caminar ya que tenía la sensación que había ido a un combate de boxeo. Me dolía todo el cuerpo. Pero bueno, lo había superado y podría ir a la playa como cualquiera de mis amigas, en bañador.


Mi alegría duró un mes, más o menos. Pensé en todas las veces que mi madre me dijo alarga el tema de la depilación, que eres muy joven y esto es para toda la vida. Ahora entendí que el "toda la vida" no significaba una vez en toda mi vida y así empezó mi sufrimiento de esteticien en esteticien. La primera se llamaba Alicia y le llegué a coger cariño, después fui a una peluquería que en la trastienda montaron una camilla y un aparato de cera y mientras una clienta se secaba el pelo la chica -que no recuerdo el nombre- venía y te daba un buen tiron, seguido de un grito mío que se debía oir hasta en Cancún. Te podías estar tres horas depilando. Dejé de ir porque cada vez que salía todas las marujas me miraban con cara de ¡qué exagerada, jamía! Cómo si por el sólo hecho de ser mujer tuviera que aguantar el terrible dolor que me provocaban los tirones con la cera. Dolía sí o sí. Bueno, tengo que reconocer que han pasado los años y yo he dejado de gritar ahora sólo me muerdo el labio inferior y me agarro fuerte a la camilla.

dilluns, 12 d’abril del 2010

SAILES DE BALÓN

Con el vestido que me había hecho mi madre para la boda de mi tío, uno de mis problemas había quedado resuelto. Faltaba el segundo, aprender a bailar. No sé cuántas veces pensé en lo fácil que sería hacer creer a todos que me había torcido un pie, y así ahorrarme la vergüenza de demostrar mi nulidad como bailarina. Pero después al imaginar a mi tío Pedro dándole el primer baile a cualquiera me reconcomía por dentro. O sea que cogí el toro por los cuernos y me puse a buscar un profesor de baile.



Restándole la multa de mi primera incursión en el mundo de la moda, creía tener suficiente dinero para pagar unas clases. Pero no era así. La verdad es que era mucho más caro de lo que yo me pensaba. Mi idea era no decirle a nadie que en mis horas libres me dedicaba a los bailes de salón con un grupo de fósiles de la tercera edad. Unos fósiles que me desmostrarían en cada clase que eran mucho más flexibles y elásticos que yo. Pero claro, con mi dinero no me llegaba ni para pagar dos sesiones. Teniendo en cuenta que sólo me quedaba un mes y medio para la boda, apechugaría con todas las horas extras posibles.


Tenía que pedir dinero a alguien. Pero a quien? Tío Pedro no era una opción, cómo muchas otras veces que me ayudaba a comprarme caprichitos a espaldas de mis padres. Mi padre impensable, cada vez que le pedía dinero era peor que un inspector de hacienda. Mi madre, era de los tres la que más claro veía. Pero también me sabía mal, ella ya había gastado mucho dinero y energía con el vestido, no sabía muy bien cómo plantearle.


Mamá, quiero hacerle un regalo... no no no, Mamá sabes que el tío Pedro me ha pedido que yo haga el baile...que va! Mamá, sabes que la ilusión de mi vida es aprender a bai...si hombre Ro, esto no cuela ni en pintura! Mientras yo estaba frente al espejo ensayando la mejor manera de pedirle a mi madre el dinero, ella me observaba desde la puerta del lavabo. Qué susto me dí al oir detrás de mí Venga Rodriga dímelo ya, qué quieres? me giré con cara de susto y lo dije sin tapujos Mamá necesito dinero para apuntarme a Sailes de Balón! Para qué dices? y las dos nos pusimos a reir cómo locas, cómo si nunca nadie pudiera decir algo más gracioso. Mi madre decidió que a ella tampoco le iría mal refrescar el tango, el cha cha cha o el pasodoble y durante un mes las dos fuimos a Bailes de Salón. Cuando llegó el gran día, a parte de dos o tres, cuatro o cinco pisotones, salí victoriosa en la pista de baile en los brazos de mi recién casado tío Pedro y el secreto de los Sailes de Balón quedó entre mi madre y yo, cómo si toda la ligereza de los pasos del vals los hubiera aprendido desde la cuna.


dijous, 1 d’abril del 2010

LA TIA MARIA

Hacía dos o tres años que a muchas niñas de mi clase ya les había visitado la tía María cuando una tarde de primavera llamó a mi puerta.

Estaba jugando a pelota con Chusa, mi amiga del alma, cuando noté un ligero malestar en la barriga. No sabía muy bien qué me pasaba pero me despedí con prisas y me fui a paso ligero a mi casa. Al llegar le dije a mi madre que no me encontraba muy bien, algo me ha sentado mal mama, me duele la barriga.

Decidí sentarme un momento en el baño para ver si realmente era un problema intestinal. Y para mi sopresa en mis braguitas se alojaba una mancha tirando a marrón. Me había cagado encima, por fin entendía lo que debía ser un pedo con cola. Mamá, creo que se me ha escapado caca, ven!

Entró a toda prisa, sin llamar a la puerta. Los ojos le brillaban y me alargaba con su mano un paquete de compresas -compresas a secas, por aquel entonces no había ni con alas, ni super, ni olor fresh ni ná de ná- miré el paquete de pañales y lo comprendí todo, era la primera visita de la tía María.

Por fin podría entrar en las conversaciones durante las horas de patio de las niñas de la clase, a mi me viene a principios de mes y me duele muchísimo! otra decía pues no hay para tanto, yo ni me entero, de hecho hay algún mes que la tía María se olvida de mi. Y una tercera respondía, yo ya uso tampones, mi madre no lo sabe, tías es lo mejor! el lunes cuando llegué, me puse en un grupito y solté pues mirad, el viernes me visitó la tía María por primera vez y pensé que me había cagado encima. Una cara de asco general se dibujó en sus rostros y se fueron sin contestarme siquiera y a partir de ese día decidí no comentar nada más sobre el asunto.

Pero claro, una tiene una madre para eso, para no dejar que nos olvidemos de ciertas cosas. Y el sábado siguiente me extrañó que se convocara una comida familiar en casa. La verdad es que persona que entraba persona que me miraba con un Aiiii cuánto le queda! Cuando empecé a entender que todas las miraditas y los cuchicheos iban dirigidos a mi, cogí a mi adorado tío Pedro y le pregunté ¿qué les pasa? Y el sólo me respondió, Ro te haces mayor y ya casi nunca ronroneas. Hay cosas que a partir de ahora quedaran atrás. Era la primera vez que sentí que mi tío no tenía todas las respuestas, o mejor dicho, todas las respuestas comprensibles para mi.

Durante la comida tuve que soportar como toda mi familia me mandaba miradas ñoñas de complicidad y yo aún no entendía que tenía de especial si la tía María nos visitaba a todas, durante muchos años una vez al mes y cuando en los postres se sacó el espumoso de las ocasiones especiales y mi padre gritó brindemos por Rodriga, nuestra niña que se ha convertido en mujer! yo ya no pude más, exploté, bueno basta ya! se ha convertido en mujer, se ha convertido en mujer y antes que era...una rana! Y una aiiiiiiiiiii al unisono se oyó por nuestro comedor, mientras yo me iba a mi cuarto deseando cerrar las puertas a la tía María para siempre. Prefería no poder entrar en según que conversaciones, quería que mi familia me dejara de mirar cómo si fuera un mono de feria y sobretodo, no me imaginaba con esos pañales llamados compresas en mi culo una vez al mes el resto de mi vida.

TU MISMA

El primer día que mi madre me dijo tu misma, haz lo que quieras tenía siete años y me lo tomé al pie de la letra. Al instante descubrí que el tu misma es de las frases más hipócritas que se le dicen a un hijo. También supe que del tu misma al ni te se ocurra va un paso. Ahora mismo ni recuerdo que causó el gran enfado de mi madre.

Estábamos en casa de unos amigos suyos y sólo sé que me dijo tu misma, tu sabrás y cuando iba yo misma a actuar noté un pellizco en el brazo mientras me decía ni te se ocurra, tu no te mueves de aquí. La verdad no entendí nada. Con los años aprendí a entender los tu misma de mis padres, y cada vez que oía el tu misma lo traducía automáticamente en un no lo hagas Ro, vas a tener problemas.

Otra manera que tienen los padres de decir un tu misma es pregúntale a tu madre y cuándo ibas toda confiada a que tu madre te diera un si, está te contestaba mira, si tu padre te deja por mi no hay problema. Y yo me quedaba en el pasillo pensando, esto es un tu misma y automáticamente llegaba a la conclusión de no lo hagas Ro, vas a tener problemas.

Alguna vez había intentado jugar a su juego, mama, papa me dice que me deja ir a acampar con unos amigos el sábado, ¿tu qué dices? pero ellos siempre tenían la respuesta perfecta para dejarme igual ya hablaré yo con tu padre. ¿Cuándo mama? ¡Cuándo pueda! Pero eso significa que podré ir o no, me lo puedes decir porfaaaa. No me marees, mira... tu misma Ro.Y ya estábamos en lo de siempre YO MISMA! Pero llegaba el sábado, me levantaba temprano para ir de camping y cuándo estaba a punto de salir por la puerta se oía dónde te crees que vas, hoy tenemos que ir a ver a los abuelos que hace mucho que no vamos! Pero mama, papa me dio permiso para ir de excursión, ¿te acuerdas?. Entonces aparecía en su cara una expresión de enfado y decía tu misma, tu sabrás. Y yo me iba sabiendo que iba a tener problemas. Lo peor era llegar el domingo con ganas de explicar el fantástico fin de semana que habías pasado y encontrártela en el sofá con la misma cara de tu misma.