dimecres, 27 d’octubre del 2010

RO, NO SABES DECIR ADIÓS

De pequeña un viejo uraño me riñó porque le dije ADIÓS. Estaba jugando en el parque y cuando decidí irme pasé por delante de un dulce viejito. Le miré y le dije ADIÓS. Nada más. Solamente un tímido ADIÓS salió de mis labios. Me cogió por el brazo pellizcándome con rabia. ¡Qué gritos! No puede ser que una jovencita como tu vaya hablando con el primero que encuentra por la calle. Niña que no te conozco, que no me saludes nunca más, si te viera tu padre bla bla bla Desde entonces para mí decir ADIÓS se convirtió en un suplicio y cada vez que tenía que despedirme se me cerraba el estómago y me paralizaba.

Yo creo que lo mío llegó a ser patológico cuando fui a casa de mis primos del pueblo por dos días y me quedé dos semanas para aplazar el trance de la despedida. Era un verano muy caluroso y mis padres me mandaron al pueblo para que dejara de hacer el lagarto delante del televisor. Cada noche cuando llamaban para decir que vendrían a por mi, yo le ponía a mi tía cara de pena y ésta les convencía para que me dejaran un par de días más. Hasta que mi ensayadísima cara de pena dejó de funcionar. Y cuando llegó el día, monté tal pataleta que mis padres creyeron que era porque no me quería ir. Y no tuve que decir ADIÓS a nadie. ¡Rodriga se acabó!, dijo mi padre mientras me arrastraba hasta el coche.

La verdad, con el tiempo superé mi pánico a despedirme y sólo me quedé con el terror de la despedida. A veces he hecho auténticos dramas al despedirme de alguien. Recuerdo una Semana Santa cuando iba al instituto que me pasé toda la semana anterior llorando y escribiendo notas a todos mis compañeros: No sé cuando nos volveremos a ver, pero por si no nos vemos nunca más, te deseo lo mejor. Esa vez me citaron con el psicólogo del instituto. Entré y me encontré a mi madre llorando con todas mis notas en sus manos. Me senté y aguanté un rollo patatero sobre el suicidio. Tampoco lo desmentí. Dije que había tenido unos días malos pero que ya estaba mejor. Durante unos meses mi madre me cocinó mis platos preferidos, me regaló ropa y hasta nos fuimos los cuatro un fin de semana a un apartamento en la sierra.

Cada vez que alguien me dice no me gustan las despedidas yo sólo puedo decir ¡qué suerte la tuya!

dissabte, 14 d’agost del 2010

VIDA PERRA

A mí siempre me han gustado los animales. Pero cuando me preguntan, ¿cuál es tu animal favorito? No lo dudo y siempre respondo lo mismo: el perro. Pero, ¿es bueno creer sin más que el perro es el mejor amigo del hombre? No sabría decirlo. Sin embargo, creo que sería bueno reflexionar sobre esta frase: el perro es el mejor amigo del hombre. Mentira. En casa todos los perros que hemos tenido han adorado a mi madre, la seguían a donde iba, la esperaban ansiosos cuándo salía de casa, dormían a sus pies y era a quien le hacían más caso. Los demás podíamos no haber existido y no hubiera pasado nada. O sea, que en mi casa, el perro es el mejor amigo de la mujer. Cómo ejemplo pondré a mi bisabuela, que en una placa colgada en el comedor de su casa se podía leer: "A mi querido Tommy, que fue más fiel que mis cinco maridos". Es o no es el perro el mejor amigo de la mujer también.

Pero lo que más me fascina de los perros es su capacidad de escoger a sus compañeros. Se huelen el culo y perciben al instante un amo pobre o rico. Y el día que descubrí esto, decidí escoger a mis amigos por el olor de su trasero. Si los perros lo hacían no debía ser mala idea. Laura olía a neutra, la verdad, nunca se metía en problemas. Eduardo desprendía una aroma de familiaridad, con los años se convirtió en mi mejor amigo. En cambio, Martín tenía un olor agrío, como todos los golpes que nos daba a la hora del patio. Cuando ya llevaba dos semanas comprobando las intenciones de mis compañeros olfateándoles el culo, entré un día a clase y me encontré con mi profesora y mis padres con caras de preocupación. Mi padre me miró y me dijo: Rodriga, ¿por qué hueles culos? y en seguida me di cuenta que era mejor no explicar mi teoría perruna, o sea que respondí nada es un juego, pero ya lo he terminado. No os preocupéis.
Pero durante muchos años, cuando alguien me daba mala espina, me las ingeniaba de un modo u otro para olerle el culo. Y os lo digo en serio, mi instinto perruno nunca me ha fallado. Y aún hoy cuándo alguien me pregunta cuál es mi animal preferido digo que es el perro. Sin duda alguna.

dimecres, 28 de juliol del 2010

EL DÍA DE LA QUEJA

Mi madre se inventó "el día de la queja" cuando uno de nosotros estiramos demasiado la cuerda de su paciencia. Harta de aguantar suplicas y de oírnos rechistar, proclamó el miércoles como el único día en que nuestra casa se podía oír una queja, una pelea o cualquier cosa que pudiera entorpecer su paz.

Al principio me tomé muy a pecho la tarea de apuntar cualquier cosa que me molestara y llegaba a las reuniones quejunas más preparada que nadie. Me podías ver por casa con un pequeño blog en mano, observándolo todo y apuntando en riguroso orden lo que no me gustaba. Cuando digo riguroso, es riguroso: día, hora, estancia de la casa, persona implicada y el por qué de mi disgusto.

La verdad es que era un poco exigente con todos. De papa me molestaba que se durmiera antes que yo por sus ronquidos; que no pudiéramos empezar a comer nunca puntual porque siempre tenía una cosa u otra que hacer cuando mama nos llamaba a la mesa; que cogía el mando de la TV y no podíamos ver más que el telediario; que me hiciera pellizcos en mis mejillas cada vez que le daba una buena noticia; que entrara al lavabo antes que yo y lo dejara todo apestado; que siempre se sentara en la punta de la mesa; que consiguiera todos los quesitos del Trivial cuando yo aún no tenía más que uno; que no se limpiara los zapatos antes de entrar en casa; que me obligara a practicar todo tipo de deportes imposibles para mí y una queja que no le faltaba cada miércoles era la de mi nombre. No le podía perdonar que me hubiera puesto un nombre tan feo, tan masculino y tan poco adecuado.

De mama me irritaba su capacidad de estar alegre 24 horas; que no parase en todo el día: si no estaba fregando, estaba planchando y sino quitando el polvo; que me viniera a buscar al colegio todas las tardes (vivíamos puerta por puerta con la escuela); que me cosiera y descosiera la ropa en lugar de comprarme ropa nueva; que me obligara a hacer los deberes antes de ir a jugar; que me enviara cada día a comprar el pan y ¡cómo no! que hubiera permitido que me pusieran Rodriga sin rechistar.

De mí, creo que no había queja alguna. Hombre por favor, sólo con mi lista ya teníamos para una hora. Creo que era mi táctica para no dejar tiempo a los demás. Bueno, la verdad es que si recuerdo algunas: Ro eres muy desordenada, tendrías que aplicarte más, a veces te exaltas por nada...

Con los años ya cada vez me molestaban menos cosas y estoy convencida que las reuniones de los miércoles nos ayudaron a todos a ser más tolerantes, a respetarnos y a saber hablar las cosas en lugar de gritar, pelear o esperar la mejor ocasión para soltar una impertinencia sin venir a cuento. Estuvimos un tiempo sin reunirnos, pero cuando mi hermano Miguel cumplió 7 años volvimos a instaurar "el día de la queja", y la verdad, mi hermanito tampoco se quedaba corto con sus exigencias.

dimecres, 21 d’abril del 2010

POR LOS PELOS

Tengo pelo donde el resto de mortales no sabe ni que exista piel. Recuerdo perfectamente el día que decidí pedir hora para depilarme. Estábamos en la playa con unas amigas, todas muy monas y muy depiladas, no muy lejos de nosotras había unos chicos que no paraban de mirar. De aquel grupo saldría mi primer novio, creo que le gusté por los pelos. Sí, broma fácil.


En pleno mes de julio, me podías ver tapada hasta las cejas -por no decir la ceja- y moviéndome como un robot para no mostrar mis jóvenes y peludos sobacos, que palabra más fea por cierto! Bueno, esa misma tarde fui directo a la sala de torturas a que me quitaran hasta la última sombra. Yo no sé si grité más que lloré o lloré más que sufrí. Pero que me dolió os lo puedo asegurar. Detrás de mi había una primeriza y al salir le vi tal cara de susto que pensé en decirle no lo hagas tu aún estás a tiempo, ¡corre!

Salí directa a casa de mi amiga Chusa, después de dos horas de sufrimiento necesitaba compartir con alguien mi experiencia y ella seguro que me entendería. Iba por la calle pensando que mi cara reflejaba mi gran paso, bueno mi cara o mi raro caminar ya que tenía la sensación que había ido a un combate de boxeo. Me dolía todo el cuerpo. Pero bueno, lo había superado y podría ir a la playa como cualquiera de mis amigas, en bañador.


Mi alegría duró un mes, más o menos. Pensé en todas las veces que mi madre me dijo alarga el tema de la depilación, que eres muy joven y esto es para toda la vida. Ahora entendí que el "toda la vida" no significaba una vez en toda mi vida y así empezó mi sufrimiento de esteticien en esteticien. La primera se llamaba Alicia y le llegué a coger cariño, después fui a una peluquería que en la trastienda montaron una camilla y un aparato de cera y mientras una clienta se secaba el pelo la chica -que no recuerdo el nombre- venía y te daba un buen tiron, seguido de un grito mío que se debía oir hasta en Cancún. Te podías estar tres horas depilando. Dejé de ir porque cada vez que salía todas las marujas me miraban con cara de ¡qué exagerada, jamía! Cómo si por el sólo hecho de ser mujer tuviera que aguantar el terrible dolor que me provocaban los tirones con la cera. Dolía sí o sí. Bueno, tengo que reconocer que han pasado los años y yo he dejado de gritar ahora sólo me muerdo el labio inferior y me agarro fuerte a la camilla.

dilluns, 12 d’abril del 2010

SAILES DE BALÓN

Con el vestido que me había hecho mi madre para la boda de mi tío, uno de mis problemas había quedado resuelto. Faltaba el segundo, aprender a bailar. No sé cuántas veces pensé en lo fácil que sería hacer creer a todos que me había torcido un pie, y así ahorrarme la vergüenza de demostrar mi nulidad como bailarina. Pero después al imaginar a mi tío Pedro dándole el primer baile a cualquiera me reconcomía por dentro. O sea que cogí el toro por los cuernos y me puse a buscar un profesor de baile.



Restándole la multa de mi primera incursión en el mundo de la moda, creía tener suficiente dinero para pagar unas clases. Pero no era así. La verdad es que era mucho más caro de lo que yo me pensaba. Mi idea era no decirle a nadie que en mis horas libres me dedicaba a los bailes de salón con un grupo de fósiles de la tercera edad. Unos fósiles que me desmostrarían en cada clase que eran mucho más flexibles y elásticos que yo. Pero claro, con mi dinero no me llegaba ni para pagar dos sesiones. Teniendo en cuenta que sólo me quedaba un mes y medio para la boda, apechugaría con todas las horas extras posibles.


Tenía que pedir dinero a alguien. Pero a quien? Tío Pedro no era una opción, cómo muchas otras veces que me ayudaba a comprarme caprichitos a espaldas de mis padres. Mi padre impensable, cada vez que le pedía dinero era peor que un inspector de hacienda. Mi madre, era de los tres la que más claro veía. Pero también me sabía mal, ella ya había gastado mucho dinero y energía con el vestido, no sabía muy bien cómo plantearle.


Mamá, quiero hacerle un regalo... no no no, Mamá sabes que el tío Pedro me ha pedido que yo haga el baile...que va! Mamá, sabes que la ilusión de mi vida es aprender a bai...si hombre Ro, esto no cuela ni en pintura! Mientras yo estaba frente al espejo ensayando la mejor manera de pedirle a mi madre el dinero, ella me observaba desde la puerta del lavabo. Qué susto me dí al oir detrás de mí Venga Rodriga dímelo ya, qué quieres? me giré con cara de susto y lo dije sin tapujos Mamá necesito dinero para apuntarme a Sailes de Balón! Para qué dices? y las dos nos pusimos a reir cómo locas, cómo si nunca nadie pudiera decir algo más gracioso. Mi madre decidió que a ella tampoco le iría mal refrescar el tango, el cha cha cha o el pasodoble y durante un mes las dos fuimos a Bailes de Salón. Cuando llegó el gran día, a parte de dos o tres, cuatro o cinco pisotones, salí victoriosa en la pista de baile en los brazos de mi recién casado tío Pedro y el secreto de los Sailes de Balón quedó entre mi madre y yo, cómo si toda la ligereza de los pasos del vals los hubiera aprendido desde la cuna.


dijous, 1 d’abril del 2010

LA TIA MARIA

Hacía dos o tres años que a muchas niñas de mi clase ya les había visitado la tía María cuando una tarde de primavera llamó a mi puerta.

Estaba jugando a pelota con Chusa, mi amiga del alma, cuando noté un ligero malestar en la barriga. No sabía muy bien qué me pasaba pero me despedí con prisas y me fui a paso ligero a mi casa. Al llegar le dije a mi madre que no me encontraba muy bien, algo me ha sentado mal mama, me duele la barriga.

Decidí sentarme un momento en el baño para ver si realmente era un problema intestinal. Y para mi sopresa en mis braguitas se alojaba una mancha tirando a marrón. Me había cagado encima, por fin entendía lo que debía ser un pedo con cola. Mamá, creo que se me ha escapado caca, ven!

Entró a toda prisa, sin llamar a la puerta. Los ojos le brillaban y me alargaba con su mano un paquete de compresas -compresas a secas, por aquel entonces no había ni con alas, ni super, ni olor fresh ni ná de ná- miré el paquete de pañales y lo comprendí todo, era la primera visita de la tía María.

Por fin podría entrar en las conversaciones durante las horas de patio de las niñas de la clase, a mi me viene a principios de mes y me duele muchísimo! otra decía pues no hay para tanto, yo ni me entero, de hecho hay algún mes que la tía María se olvida de mi. Y una tercera respondía, yo ya uso tampones, mi madre no lo sabe, tías es lo mejor! el lunes cuando llegué, me puse en un grupito y solté pues mirad, el viernes me visitó la tía María por primera vez y pensé que me había cagado encima. Una cara de asco general se dibujó en sus rostros y se fueron sin contestarme siquiera y a partir de ese día decidí no comentar nada más sobre el asunto.

Pero claro, una tiene una madre para eso, para no dejar que nos olvidemos de ciertas cosas. Y el sábado siguiente me extrañó que se convocara una comida familiar en casa. La verdad es que persona que entraba persona que me miraba con un Aiiii cuánto le queda! Cuando empecé a entender que todas las miraditas y los cuchicheos iban dirigidos a mi, cogí a mi adorado tío Pedro y le pregunté ¿qué les pasa? Y el sólo me respondió, Ro te haces mayor y ya casi nunca ronroneas. Hay cosas que a partir de ahora quedaran atrás. Era la primera vez que sentí que mi tío no tenía todas las respuestas, o mejor dicho, todas las respuestas comprensibles para mi.

Durante la comida tuve que soportar como toda mi familia me mandaba miradas ñoñas de complicidad y yo aún no entendía que tenía de especial si la tía María nos visitaba a todas, durante muchos años una vez al mes y cuando en los postres se sacó el espumoso de las ocasiones especiales y mi padre gritó brindemos por Rodriga, nuestra niña que se ha convertido en mujer! yo ya no pude más, exploté, bueno basta ya! se ha convertido en mujer, se ha convertido en mujer y antes que era...una rana! Y una aiiiiiiiiiii al unisono se oyó por nuestro comedor, mientras yo me iba a mi cuarto deseando cerrar las puertas a la tía María para siempre. Prefería no poder entrar en según que conversaciones, quería que mi familia me dejara de mirar cómo si fuera un mono de feria y sobretodo, no me imaginaba con esos pañales llamados compresas en mi culo una vez al mes el resto de mi vida.

TU MISMA

El primer día que mi madre me dijo tu misma, haz lo que quieras tenía siete años y me lo tomé al pie de la letra. Al instante descubrí que el tu misma es de las frases más hipócritas que se le dicen a un hijo. También supe que del tu misma al ni te se ocurra va un paso. Ahora mismo ni recuerdo que causó el gran enfado de mi madre.

Estábamos en casa de unos amigos suyos y sólo sé que me dijo tu misma, tu sabrás y cuando iba yo misma a actuar noté un pellizco en el brazo mientras me decía ni te se ocurra, tu no te mueves de aquí. La verdad no entendí nada. Con los años aprendí a entender los tu misma de mis padres, y cada vez que oía el tu misma lo traducía automáticamente en un no lo hagas Ro, vas a tener problemas.

Otra manera que tienen los padres de decir un tu misma es pregúntale a tu madre y cuándo ibas toda confiada a que tu madre te diera un si, está te contestaba mira, si tu padre te deja por mi no hay problema. Y yo me quedaba en el pasillo pensando, esto es un tu misma y automáticamente llegaba a la conclusión de no lo hagas Ro, vas a tener problemas.

Alguna vez había intentado jugar a su juego, mama, papa me dice que me deja ir a acampar con unos amigos el sábado, ¿tu qué dices? pero ellos siempre tenían la respuesta perfecta para dejarme igual ya hablaré yo con tu padre. ¿Cuándo mama? ¡Cuándo pueda! Pero eso significa que podré ir o no, me lo puedes decir porfaaaa. No me marees, mira... tu misma Ro.Y ya estábamos en lo de siempre YO MISMA! Pero llegaba el sábado, me levantaba temprano para ir de camping y cuándo estaba a punto de salir por la puerta se oía dónde te crees que vas, hoy tenemos que ir a ver a los abuelos que hace mucho que no vamos! Pero mama, papa me dio permiso para ir de excursión, ¿te acuerdas?. Entonces aparecía en su cara una expresión de enfado y decía tu misma, tu sabrás. Y yo me iba sabiendo que iba a tener problemas. Lo peor era llegar el domingo con ganas de explicar el fantástico fin de semana que habías pasado y encontrártela en el sofá con la misma cara de tu misma.

dijous, 18 de març del 2010

NUNCA SEGUNDAS PARTES FUERON BUENAS RO

Dejé pasar un par de semanas después de mi incursión a la alta costura. Me quedó claro que tenía que ir a otro tipo de tiendas. Mi amiga Noelia había ido a la boda de su prima con un vestido de Tango monísimo y, la verdad, después de la multa de aparcamiento mi presupuesto había descendido un poquitín. O sea que me levanté otro sábado con el espíritu consumista cargado de pilas y dispuesta a no regresar hasta encontrar el vestido perfecto. Mi vestido.

Esta vez decidí esperar el autobús 56 que pasaba a tres manzanas de mi casa y que me dejaba en el gran centro comercial de las afueras de la ciudad. Aquí podría escoger entre un montón de tiendas diferentes Tango, Mara, K&M, Peneton, Persca y tenía una larga mañana para revolver hasta en el último estante de todas estas tiendas. Antes de entrar me quedé mirando la gran puerta convencida que saldría unas horas más tardes victoriosa de ella. Cuanto me equivocaba.


Aquí no me encontré con ninguna dependienta casi guapa y sonriente. Ni siquiera me encontré con ninguna dependienta. Es broma. Lo que sí que no encontré fue una talla mayor de la 42, y ésta parecía más una 38 que una 42 en sí. Que hartón de entrar y salir de los probadores, con vestidos de todas las formas y colores. En la primera tienda ya desistí de ir con un vestido naranja, largo hasta los pies y palabra de honor. No había nada parecido, pero bueno estaba abierta a otras posibilidades sin problemas, como abiertas también estaban la mayoría de las cremalleras de los vestidos que intentaba ajustar a mi cuerpo talla 44.
No estoy muy acostumbrada a ir de compras y para probarme un vestido tenía que quitarme unas botas deportivas de cordones, unas mallas negras -que ahora todo el mundo se empeña en llamarle leggins, pero son mallas de las de toda la vida- una falda, una camiseta de manga corta y después la camiseta de manga larga que va justo debajo y según con qué vestido los sujetadores. Y la verdad, como son los probadores que en lugar de probadores parecen neveras, tuve el mérito de entrar y salir por lo menos 28 veces. Creó que sudé tanto que si hubiera dado una segunda vuelta el primer vestido que no me cerraba me hubiera quedado grande.
Después de casi 4 horas entrando y saliendo de cada una de las tiendas y de cada uno de sus probadores deserté. Salí por la misma puerta que me había dado la bienvenida a primera hora con unos calcetines a rayas y una bolsa de chuches.
Al cabo de dos semanas más,me levanté casi a las 10 para ver si encontraba algo en el mercadillo semanal que se organizaba todos los sábados en un pueblo cercano. Cuando me dirigía al garaje con la resignación del vencido, mi madre me llamó por el interfono ¡Ro sube un momento antes de irte! Y encima del sofá me esperaba un hermoso vestido largo anaranjado de palabra de honor y a mi talla. Mi madre, que me tenía la medida tomada, se había pasado las dos semanas cosiendo día y noche para darme la sorpresa.Me quedaba perfecto, solo faltaban pequeños detalles.

PRITI RO

El día que mi adorado tío Pedro me dijo que se casaba, empezaron todos mis problemas con la alta costura. Bueno, la alta, la baja y la mediana. Me puse loca de contenta cuando me prometió que el primer baile sería conmigo y me ofreció ser testigo de su boda. Acepté encantada.

Por suerte me invitó a cenar tres meses antes para darme la noticia, aún así, al día siguiente me levanté más temprano de lo normal para ser sábado. Tenía que empezar a preparar el vestido perfecto, escribir un texto bonito para los novios y sobretodo aprender a bailar.


Lo primero era lo primero. La verdad, pensé que con el vestido lo tendría fácil, quería un vestido palabra de honor, de algún color alegre y largo hasta los pies. Con esas directrices creí que no me costaría mucho de encontrar, pero cuánto antes lo tuviera mejor. A las ocho ya tenía los ojos como platos imaginándome con mi super vestido bailando el mejor de los balses agarrada a mi tío. Después de estar hora y media soñando despierta, me vestía toda mecha y salí a la calla dispuesta a no regresar sin mi vestido.


En el centro de la ciudad donde vivo hay tiendas a patadas. Se podría considerar un gran centro comercial. Para esta ocasión me podía permitir gastarme unos ahorrillos que había reunido haciendo de canguro algunos sábados. Iría a un sitio selecto. Dónde te miman sólo de entrar. Subí a mi motillo y me dirigí a una de esas tiendas que nunca me atreví a mirar ni su escaparate. Pude aparcar encima de la acera justo enfrente. ¡Qué suerte!, pensé. Me sorprendió que para entrar tuvieras que picar un timbre. No había dado ni dos pasos que una chica estupenda vino hacia mi con una sonrisa fantástica y me dijo Los repartidores entran por la puerta de atrás. No tuvo bastante con eso, que también añadió Deja lo que hayas traído en la rebotica y vete. Eso sí, lo dijo sin dejar de sonreír y sin mirarme en ningún momento, si lo hubiera hecho, se hubiera dado cuenta que no llevaba más que mi casco en la mano. Como no me había dado tiempo no había pasado del umbral, me giré, cerré la puerta de un portazo y me fui. La casi guapa de la dependienta no me estropearía mi día de priti guoman.

Justo al lado había otra boutique de estas finas. Antes de entrar miré su escaparate. Sin duda era un buen lugar para encontrar el vestido más elegante de toda la ciudad. Mi vestido. Entré. Esta vez tuve más suerte. La dependienta me dijo -sonriendo también- ¿Le puedo ayudar en algo? No gracias sólo miraba. Empezábamos mejor. Los primeros vestidos que vi, eran más para representar una ópera gótica que para una boda. Mientras pensaba en esto, noté una sensación rara. Miré detrás de mi y a no más de dos palmos de mi espalda estaba la dependienta mirándome fijamente. Entonces fui yo que le dijo ¿Te puedo ayudar en algo? A lo que me respondió Creo que te has equivocado de tienda. ¿Sabes cuánto cuesta este vestido por ejemplo? ¿¿¿Perdona??? No esperé contestación alguna y sin salir de mi asombro la miré de arriba a abajo y pensé lo triste que era dar las cosas por hecho. Cómo era joven y no vestía “bien” quería decir que no podía tener dinero suficiente para comprarme un vestido en esa tienda. Tampoco me despedí de esta dependienta.

Creo que la que más me dolió fue la tercera. Nada más entrar, también muy amable, otra señorita casi guapa -la verdad se parecía bastante a las otras dos- me soltó Hola majo, la tienda de ropa masculina está dos calles más arriba. Si quieres llamopara avisar que vas para allí. Sólo me salió un No hace falta gracias. Salí completamente derrotada, decidí que por ese día ya me había codeado lo bastante con la alta costura así que cabizbaja me dirigí hacia mi punto inicial. Para mi sorpresa en lugar de mi moto me encontré un triangulito amarillo de la grúa. Parte de mi vestido fue a parar a la multa. Día completo.

dijous, 11 de març del 2010

GAFAS

Ni recuerdo cuántas gafas llegué a romper el año que cursaba segundo de bachillerato. Podría decir ocho y me llamaríais exagerada. Entonces seguro que fueron nueve o diez.

Cada vez que entraba a la óptica, la dependienta ya se reía esperando mi historia, mientras se frotaba las manos por debajo del mostrador al pensar en el dinero seguro que se iba a sacar esa tarde.

Las primeras gafas que se me rompieron eran redondas, cómo las de John Lennon. Me encantaban esas gafas poco favorecedoras, por eso aún las conservo hoy en una caja llena de recuerdos adolescentes. Iba subiendo tranquilamente las escaleras, de repente alguien gritó ¡Bomba va! Miré hacia arriba y una pelota de baloncesto bajaba los tres pisos rebotando de un sitio al otro y zas! en mi cara. Mis gafas se rompieron por la mitad y no se salvó ni un cristal. Nada. Esa misma tarde empezarían mis visitas a la óptica.

Decidí cambiar de estilo y me compré unas gafas rectangulares de metal azul. Éstas me duraron un poco más gracias a la garantía de compra. Pero no hacía ni dos meses que las tenía que un accidente fortuito en el vestuario de chicas me hicieron regresar a la óptica con las gafas hechas añicos. En clase de gimnasia sólo nos duchábamos tres. Yo una de ellas, claro. Dejé mis gafas en el bolsillo exterior de mis tejanos. Cuando salí de la duchas, los pantalones ya no estaban colgados, reposaban en el banco. Corrí a buscar mis gafas. Las encontré dentro del bolsillo aplastadas, seguramente por un culo enorme y sucio de una de mis compañeras que en lugar de ducharse se había quedado de cháchara en el vestuario. Buf!
Éstas me las pudieron arreglar en dos días, pero al cabo de dos semanas iba hacia mi casa cuando me gritó una vecina desde su balcón. Me giré rápido a ver qué quería con la mala suerte que justo detrás había una farola. ¡Qué tortazo! Me mareé y todo. La vecina bajó corriendo para ver si estaba bien. Yo sólo me llevé un chichón. Mis gafas se partieron en dos. Ya van tres.
Estaba un día en clase de literatura. La verdad es que nuestra profe era un poco histérica y cuándo alguien hablaba le daba por tirarle tizas a la cabeza para hacerle callar. Cuando me aburria en clase yo no hablaba, dibujaba. Estaba yo en mis dibujos cuando de repente noté unos movimientos raros delante mío. Levanté la cabeza y un borrador de esos de madera vino a chocar contra mi cara. La profe se disculpó con un No iba para tí, lo siento. Y yo me quedé con el cristal izquierdo de mis gafas en la mano.
Eso que dicen se peleaban dos y recibió el tercero. Pues así se rompieron las quintas. Cómo siempre, yo salía despistada de clase. No me había dado cuenta que dos se estaban peleando. Uno de ellos tiró un puñetazo al aire justo cuando yo pasaba. Me golpeó en la cabeza, saltaron mis gafas y el otro me las pisó. Al menos esto sirvió para que pararan la pelea. Ese mismo día una amiga me dijo Ro, a lo mejor deberías probar de llevar lentes de contacto, no crees.

CONSTANCIA

Cuándo mis padres me dijeron Ro, mamá está esperando un bebé. Sólo deseaba que fuera niña para poder ponerle un nombre más feo que Rodriga. Yo tenía 13 años y el nombre más feo que se me ocurrió fue Constancia.

Así que cada mañana le acariciaba la barriga a mi madre y le decía cosas al bebé como Constancia bonita qué ganas tengo de verte! o Ya quiero jugar contigo Constancia! Y mi madre me miraba con dulzura sin darse cuenta de mi plan malévolo. Constancia era el mejor nombre que le podía escoger a mi hermanita. Después vino el momento en que me di cuenta que en nuestra casa sólo había dos habitaciones, así que seguro que la niña pasaría a ocupar una parte de mi adorado espacio. La verdad, mi cuarto no era muy grande y me autoconvencí que mi cama desaparecería y en su lugar colocarían unas odiadas literas. Seguro que al ser la mayor me tocaría arriba y me quedaría aplastada contra el techo y me caería una mala noche al suelo y no podría escaparme durante la noche para ver la tele detrás del sofá porqué despertaría a mi inquilina. Sí, cuando más lo pensaba, más me gustaba el nombre de Constancia para mi hermanita.

Y ya me imaginaba sacando a pasear a la niña por los parques Hola yo soy Ro, tengo un nombre muy guai, en cambio ella es Constancia vaya tela mis padres! Y cada vez que pensaba en la pequeña Constancia -ya me encargaría yo que se quedara así, nada de Cons o Cia- una sonrisa me surgía y ya tenía ganas de ir con mi madre y abrazarla y decirle todas las cosas bonitas y rosas que había visto en la tienda de pequeñines del final de la calle. Todas ellas para la esperada Constancia.

CONSTANCIA. Cuando más lo decía más feo me parecía y al cuarto mes de embarazo mi madre empezó a llamarle Constancia y yo me reía por dentro cada vez que alguien le preguntaba por el nombre y mamá decía Si es niña Constancia, si es niño no lo hemos pensado aún! Rodriga era nombre de niño, pero mi hermana tendría nombre de documento. ¡Qué días más felices!

La barriga iba creciendo y el nombre de Constancia ya se iba aposentando. Sólo mi adorado tío Pedro objetaba y decía que conmigo no lo había logrado pero que no podría soportar otra sobrina con un nombre de abuela del siglo XVIII. Creo que es una de las pocas veces en mi vida que he visto a mi tío contrariado de verdad. Pobrecito y él no tenía ni idea que había sido yo la instigadora. A mi padre parecía darle igual, aunque a veces pensaba que era una pena, a lo mejor se le ocurriría un nombre aún peor que Constancia, no nos olvidemos que fue él quien me puso Rodriga.

Constancia se adelantó. Mi madre se puso de parto cuándo no había cumplido las 35 semanas. Todo fue de maravilla. Todo, menos que Constancia nació niño, le pusieron Miguel y lo instalaron en el armario ropero de mis padres.

dijous, 4 de març del 2010

CUESTIÓN DE PESO

Rodriga no es lo único contundente que tengo. Unas grandes caderas que se juntan con unas nalgas respingonas, una barriguita de bebé y unas tetas como sandías hacen que mi cuerpo también sea contundente. Lo que hoy puede parecer exuberante, cuando era pequeña me hizo sufrir que me adjetivaran de mil y una maneras.


Para mis abuelos era una niña reforzada. Para mi tía Manuela, la del pueblo, estaba más robusta que un toro. A mi adorado tío Pedro le encantaba llamarme regordeta. Encarni, la vecina del tercero, siempre que podía me recordaba que era muy corpulenta para mi edad. Al jefe de mi madre le daba por apretarme las mejillas mientras me decía ¡qué niña más rolliza! La panadera, cada vez que iba a por un croissant, me deleitaba con un Ro, así nunca vas a salir de gorda! Directamente, sin piedad, venga por si no me había quedado claro.

El día que mi pediatra le dijo a mi madre que sería necesario ponerme a régimen y que en lugar de tres platos de macarrones me dieran uno, me planté. Podía soportar cada uno de los adjetivos que me adjudicaban, pero sólo de pensar en qué me racionarían mis macarrones, me ponía enferma. Y aúnque mi madre me servía un plato, me especialicé en ir a hurtadillas a comer directo de la olla macarrones hasta reventar. Fue peor el remedio que la enfermedad. Al cabo de dos meses me había engordado 7 kilos. El pediatra desistió y le dijo a mi madre que mejor que comiera todo lo que quisiera y que intentara hacer un poco de ejercicio. Batalla ganada.

Hubiera pesado sobre la consciencia de mi madre el tener una hija amargada y huraña, delgada eso sí. Total por un plato de macarrones más o menos. O sea que la reforzada, robusta, regordeta, corpulenta, rolliza y hasta gorda pudo pasar sus años de infancia comiendo tantos macarrones cómo quiso y feliz.

dimecres, 3 de març del 2010

DESORDEN TEMPORAL

No sé cómo lo hago pero siempre voy corriendo a todas partes y nunca consigo ser puntual. A veces es muy cansado ser yo, y lo digo literalmente. Es normal verme llegar con la lengua a fuera, toda despeinada, con cara de velocidad y disculpándome reiteradamente. Parece como si siempre tuviera tiempo para hacerlo todo, pero cuando está apunto de llegar la hora clave surgen imprevistos. De verdad, no lo puedo remediar.
Creo pero que el desorden temporal, así es como yo llamo a la impuntualidad, me viene de familia. ¿Sabéis que nunca conseguimos llegar a vendecir la palma? Cuántos domingos de ramos nos pasamos en el coche a esperar que se acabara la misa para después camuflarnos entre los feligreses y hacernos la foto en las escaleras de la iglesia. Nunca entendí, porqué año tras año había la histeria en casa de ducharnos, vestirnos como floreros, recoger la palma, ir a por el coche, montarnos a toda prisa, cruzar la ciudad como un rayo para aparcarnos, escuchar la radio en el coche y esperar para la foto de rigor. Total todos sabíamos que íbamos a llegar tarde. Bueno, todos menos mi padre que se ponía de los nervios ya que el pobre estaba convencido que algún año llegaríamos a tiempo.

Sufro desorden temporal desde mucho antes de nacer, mis padres esperaron ocho años después de casarse para tenerme. O sea, que les hice esperar ocho años a los pobres, ¡para tardona yo! Oye todo el mundo nace cuando quiere o cuando puede. Pues eso, a mí me esperaron ocho añitos. Ocho años buscándome para acabar poniéndome Rodriga. No lo puedo entender, pero bueno, no volveremos al tema recurrente de mi nombre. De hecho, sí que volveremos al tema recurrente de mi nombre, por si no lo había dicho es feo de cojones.
Por ir con prisas, he tenido más de un percance. Un día que había quedado con mi amigo Máximo para ir a la playa, rompí las gafas contra una farola por segunda vez en mi vida. ¡Qué dolor! No sé si me dolía más la nariz del golpe o el sonrojo de mis mejillas al darme cuenta que estaba en medio de una plaza atestada de gente. Recogí las gafas partidas y mi dignidad y volví a la carrera. No tenía gafas de recambio, o sea que no podría conducir. Con la nariz hinchada, los ojos llorosos, las gafas partidas en la mano, despeinada y con mil perdones le tuve que decir a Máximo que nos fuéramos a una terraza a comer bravas en lugar de tomarnos un baño refrescante de verano. Ya os he dicho antes que, a veces, es muy difícil ser yo.
Lo fuerte es que todo el mundo se cree que mi desorden temporal lo provoca una profunda pachorra y nadie piensa en el desasosiego que me causan mis atrasos. Llegar tarde forma parte de mi, pero aún no lo acabo de aceptar, como mi nombre. Por eso siempre trato de esconder una cosa y la otra. Cuándo me preguntan ¿Y Ro de dónde viene? -siempre contesto- Ro viene de ronronear. Me lo puso un tío mío cuando era muy pequeña porque hacía unos ruidos parecidos al ronroneo de un gato. Y cuándo me preguntan Ro, ¿por qué siempre llegas tarde? -respondo- porque sufro desorden temporal. Y me quedo tan ancha.








dijous, 25 de febrer del 2010

BUSCANDO MI RO INTERIOR

Nunca he sabido muy bien que era eso del yo interior, pero mis padres insistían en apuntarme a extra escolares para descubrir que "yo" tenía más exteriorizado. Grandes fracasos. Bueno no sé si fracasos sería la palabra más correcta. Creo que yo era una experta en sabotear cualquier intento de sacarme de mi ocupación favorita, estirarme en el sofá y mirar los dibus hasta cansarme. Bueno los dibus, los programas de mayores, los telediarios. La verdad es que cualquier cosa que saliera de mi caja preferida me parecía fantástica. Cuando mis padres me creían dormida, substituía mi bulto en la cama por una muñeca china tamaño real y me escondía entre el sofá y la pared para poder ver los programas nocturnos. Me encantaba, aunque ahora estoy segura que ellos lo sabían y disimulaban para no frustrar sus esperanzas de que por lo menos su hija sirviera como contorsionista de circo.

Pues eso, la primera actividad que recuerdo fue el Jazz. Una prima mía, mucho mayor que yo, iba a una academia y mi tía animó a mi madre para que me apuntara. Con tan sólo cuatro años demostré a todos cómo puede ser de feliz un pato mareado. Fui a mis clases rigurosamente y claro llegó el odiado espectáculo de fin de curso. A mi me pareció raro que todos mis compañeros, niñas la mayoría, fueran vestidos de pitufos, en cambio yo iba con una especie de feo saco gris. Lo entendí todo cuando la profesora, maestra, bailarina o como se diga me dijo Mira Ro, tu te vas a poner en una esquina del escenario y te vas a quedar quieta. ¡Harás de piedra! Fui la piedra más digna que se ha visto jamás encima de un escenario. Creo que me dormí y todo. Y el año siguiente me salvé de volver a esa tortura llamado Jazz.

El segundo intento fue con el patinaje. Aún no les había quedado claro que todo ejercicio físico era demasiado para mi equilibrio y me obligaron una vez por semana a pasar la humillación a la hora de comer de ir con niños tres años más pequeños que yo a patinaje. Mientras mis compañeros jugaban a fútbol o a las gomas yo sufría en silencio cada batacazo, lo mío no eran caídas era trompazos. Por suerte la monitora se apiadó de mi y habló con mi tutora para decirle que el patinaje no era lo mío. Quedé salvada al cabo de un mes. Lo fuerte es que yo nunca me quejaba, me ponía los patines con resignación y me tragaba la vergüenza con cada golpe. A mi lo que más me jodía era ver a mis amigos divirtiéndose en la otra punta del patio mientras los enanos de primero que patinaban mucho mejor que yo se reían de mi torpeza con descaro.

Por fin mis padres se dieron cuenta que el deporte en lugar de exteriorizar mi yo interior me lo llenaba de golpes. Pero aún así no dejaron de insistir. ¡Qué pesaos! Pero si no recuerdo mal, con lo que más sufrí fue con la intentona de que aprendiera un instrumento musical. Primero fue el piano, qué aburrimiento. Después la guitarra, cómo dolían los dedos. Por favor yo sólo soñaba con un triangulito de orquesta o una pandereta navideña. Tuve suerte que mi madre se dio cuenta que cada vez que me dejaban en el conservatorio yo ponía cara de susto. La tortura duró lo que duró, pero mi padre no se daba por vencido y un tiempo después me apuntó a la coral del colegio. Por qué!? Cada día de ensayo, ya por la mañana, me empezaban a sudar las manos. Al nacer debí dejar el oído dentro la placenta, primero el derecho y después el izquierdo. El día que el cura me dijo que mejor que sólo moviera los labios para no molestar a mis compañeros, se me abrió el cielo. Llegué a casa, lo dije y fue mi último día como corista.
La preocupación de buscarme ocupaciones, llegó al extremo de hacer inglés en familia. Pero, claro, si mis padres hacen algo lo hacen hasta el fondo. Y una vez por semana venía un inglés de catálogo, con bombín e impoluto, y nos intentaba enseñar inglés a mi padre, mi madre, mi prima Teresa, mi tío Pedro y a mi. Jou dou you dou?Gaus yugur name? Qué hartones de reír que se pegaba la familia a mi costa. Y yo otra vez sin saber de qué coño se reían. Esta vez no fui yo la desertora, al cabo de dos meses, bombín en mano el inglés renunció a su primer y último intento de Inglés en Familia.
Después de todas las intentonas mis padres empezaron a aceptar a una hija con muchas habilidades por descubrir y, por fin, dejaron de apuntarme a torturas extraescolares. Y pude pasar horas y horas tranquila delante de mi adorado televisor.












dimecres, 24 de febrer del 2010

DELICIOSA TARTA DE CHOCOLATE

No sé cuando mi madre empezó a hacer su fantástica tarta de chocolate para mis cumpleaños. Sólo pensar en ella, me regresa el sabor a mi boca y no puedo más que parar unos segundos para cerrar los ojos mientras se me escapa un mmmmmmmmmmmmmmmm. Las tartas de chocolate de mama son una de las cosas que no se deberían perder nunca. Se tendría que instaurar fiesta nacional de la tarta de chocolate de Ana. Mientras comía la tarta me podían llamar Rodriga, Ruperta o Remigia que todo me parecía bien.

Mi tío Pedro cada vez que sacaban la tarta decía Ro ya la has visto, no? Pues venga hasta el año que viene y se la llevaba a la cocina mientras mi cara se iba transformando en la cara triste de las dos caras del teatro y una angustia me empezaba a subir por los pies hasta hacerse cómo una pelota en mi pecho y cuando las lágrimas asomaban mi tío -no tan adorado en estos momentos- reaparecía con el pastel y un fuerte abrazo acompañado por un Ro mira que eres tonta cada año igual! Y todos se reían menos yo, que agarraba la tarta y me la llevaba a mi sitio secreto. El armario de mis padres. Un gran vestidor dónde solía perderme horas y horas entre los vestidos de fiesta de mi madre y las corbatas de todos los colores de mi padre. Años después pasaría a ser la habitación de mi hermana pequeña, ya os hablaré de "ella" más adelante. Con el primer mordisco se me olvidaba el cabreo y regresaba al comedor para compartir con todos MI TARTA. Y a esperar el año siguiente.

A mi me daban dos. Yo ya dejaba que los demás saborearan un poco el delicioso manjar. Pero mis dos trozos no podían faltar. Eso era sagrado. Cómo también era sagrada mi hora y media con ellos. Me daba tanta pena que se acabara que la primera hora y cuarto sólo me dedicaba a juguetear con la tarta. Intentaba contar las galletas, olfateaba el chocolate, dejaba un trozo entero y el otro lo cortaba a trocitos como si tuviera que compartirlo con los pitufos y volvía a olfatearlo. Después en un cuarto de hora comía el trozo partido despacio, cómo si realmente lo estuviera racionando y los últimos minutos me dedicaba a deborar a mordisco limpio el trozo entero. En ese momento todos los adultos se divertían mirándome y yo la verdad no entendía muy bien que les hacía tanta gracia. Creo que hay una colección entera de fotos mías con la cara llena de chocolate y galletas en casa de mis padres.

Cuando cumplí 14 años mi madre creyó que ya era muy mayor para tener tarta de chocolate. Y ella solita decidió ir a comprar un pastel precioso de pastelería. Creo que era de limón. La verdad mi cara debía reflejar mi desilusión en el mismo instante que vi aparecer mi madre con una tarta perfecta, con sus velas perfectas y una bandeja de cartón perfecta también. Me recordé años atrás con la cara triste de las caras del teatro y me subió otra vez la angustia esa por los pies y cuándo las lágrimas me estaban asomando...frené. Y en lugar de decirle a mi madre que me parecía la persona más absurda del mundo por no hacerme MI TARTA de chocolate y decidir que ya era demasiado mayor para esconderme en un armario con mis dos trozos, callé, soplé las velas con desgana y me tragué rápidamente mi disgusto con sabor a limón. Ese día me dí cuenta que me hacía mayor. A lo mejor RO se estaba convirtiendo en RODRIGA.

DE RODRIGA A RO

Creo que ya os he mencionado a mi adorado tío Pedro, ¿verdad?. Gracias a él pasé a los pocos meses de nacer de Rodriga a Ro. Cuándo pegué mi primer alarido en el hospital, después del RODRIGA YA ESTÁS AQUÍ a gritos de mi padre, mi tío se puso loco de contento y dijo que evitaría con todas sus fuerzas que a su primera sobrina se le llamara Rodriga. Él no sabía que mi padre tenía decidido el nombre mucho antes de saber que sería padre. Y mi madre siempre dijo que es la persona quien hace el nombre, o sea, que no hay nombres feos, hay personas gilipollas. Si claro, como ella se llama Ana. A por cierto el gilipollas es cosa mía, nunca he oído una palabra malsonante en boca de mi madre.

Mi tío estuvo unos días que me llamaba de todo María que bonita eres. Mira mi Berta que dormilona. Cómo ha cambiado Marta en pocos días. Ay Carla que orejas mas bonitas... Él insistía pero siempre se encontraba con la negativa de mi padre y la insistencia en que me llamara Rodriga y las miradas sonrientes de mi madre.

Según me han dicho nací muy pequeña, sólo con 2 kilos 300 gramos, y los primeros días casi nadie se atrevía a cogerme, ni mi adorado tío Pedro. Pero en pocos meses recuperé todo el peso que perdí en el camino. Dicen que los niños lo oímos todo dentro de la barriga de nuestras madres, yo tengo la teoría que cuando capté que a quien llamaban Rodriga era a mi se me quitaron las ganas de crecer. Es así.

Bueno, a lo que íbamos, cuando yo ya tenía casi 7 meses, mi adorado tío Pedro se atrevió a cogerme en sus brazos y cómo cuenta mi tío querido yo me quedé dormida en su pecho en el acto y hacía unos ruiditos parecidos al ronronear de un gato. Esta niña ronronea, esta niña ronronea, a esta niña le llamaremos RO! Claro, cómo no lo había pensado antes! RO de ronronear no de Rodriga! Mi tío me puso en mi cuna y saltó loco de contento. Desde ese mismo instante cada vez que oía a alguien llamarme Rodriga lo rectificaba y le decía no se llama Rodriga se llama Ro porque ronronea. Y mi madre, como siempre, sonreía y mi padre acabó acostumbrándose al Ro. Sólo se oía el Rodriga en casa cuando hacía algo poco conveniente según mis padres, bueno, aún hoy en día suena el Rodriga por esa misma razón.

Y pasé de tener el nombre más feo del mundo, a que me llamaran por una apodo cariñoso y bonito, bueno ni tan bonito pero por lo menos me salvaba de mi terrible y masculino nombre. Durante años me dieron ganas de substituir el cutre cuadro de Rodrigo(a) por uno hecho por mi. Mucho más real. Un cuadro dónde sólo pusiera una r y una o. Y creo que desde el día que dormí en sus brazos el hermano de mi madre me ganó para siempre ya que gracias a él pasé de RODRIGA A RO!







dijous, 18 de febrer del 2010

RODRIGA ES NOMBRE DE NIÑO

Fui un bebé como cualquier otro, feo. Sí, no nos engañemos, la mayoría cree que todos los bebés son preciosos, en cambio a mi parecer son frágiles, inútiles, en definitiva, no son más que personitas inacabadas, sólo eruptan, duermen y cagan...no les veo el punto precioso por ningún lado. Pero bueno, yo fuí un bebé cómo cualquier otro, pero encima de mi pesaba mi nombre. ¿Cómo se le puede llamar a una cosa tan pequeña e inofensiva Rodriga? Es como la gente que se empeña en llamar a un rotweiler Marilyn o a un chiguagua Rambo. Por favor, Rodriga parece una marca de maquinaria industrial "Apisonadoras Rodriga". Y soy consciente que hay nombres peores en el mundo, claro superar a un Hermenegilda o un Abundia no es nada fácil pero llevar un Rodriga a cuestas es muy duro.

El otro día encontré uno de los primeros regalos que recibí, bueno debió ser el primero porqué se lo dieron a mis padres en la misma sala de parto, según me han dicho uno de los tres primos del pueblo. Un cuadro dónde se describía el significado del nombre Rodriga. Bueno en realidad se notaba que alguien había rectificado la o final con rotulador. O sea, mi primer regalo estaba dirigido a un tal Rodrigo. Gracias.

Es mente de pensamiento firme. Se expresa como pensador(a) ágil, con capacidad analítica y tendencia a armonizar contrarios. Recibe impulso en las empresas que requieren de tacto, diplomacia. Amplia comprensión, penetrante adaptación y fusión de lo ancestral y lo actual. Ama complacer y recibir. Podría destacar en profesiones como estadístico(a), contable, empleado(a), diplomático(a), bibliotecario(a), músico(a), político(a), pintor(a), escultor(a) o mediador(a) de paz.

Fue todo un detalle que quien fuera que fuese se dedicara a rectificar con una a todo lo masculino. Todo un detalle. Durante años, mi madre me obligó a tener colgado en la pared de mi rosa habitación el cuadro. Y cada vez que lo observaba más me daba cuenta de la magnitud de mi tragedia. A veces me pasaba horas observando aquel Rodrigo(a) bibliotecario(a) o pintor(a), pensando si realmente sería tan fácil llegar a ser una cosa o la otro cómo esconder lo más evidente con un sólo paréntesis. Rodriga era nombre de niño con a o sin a.
Una de las anécdotas más contadas por mi madre es la de mi primer día de escuela. Iba a un colegio católico, y claro los niños no se mezclaban con las niñas. La verdad es que yo nunca he sido muy femenina, mi tez oscura, mi pelo negro azabache corto y una constitución digamos tirando a conguito daban a confusión. Pero bueno, a lo que íbamos, mi madre me dejó con la profesora de primero de parvulitos y me dijo ¡adiós Rodriga!Portate bien. Claro supongo que la chica pensó que lo había entendido mal y me llevó a la fila de los niños. La confusión duró toda una semana, hasta que le llegó una carta a mi madre pidiendo que por favor el alumno Rodrigo Almar cambiara su camiseta rosa por la azul reglamentaria. Mi madre se rie a carcajadas cada vez que se lo explica a cualquiera que quiera escuchar sus batallitas, a mi me hace puta gracia. Lo siento en ningún momento se ha dicho que el nombre de Rodrigo (a) significa estar dotado(a) con un gran sentido del humor. Esta historia que mi madre explica hasta la saciedad reafirma mi teoría que RODRIGA ES NOMBRE DE NIÑO!


dimecres, 17 de febrer del 2010

RO

Mis padres me hicieron una putada nada más nacer. Me pusieron Rodriga, cómo si todo lo bueno y lo malo que me sucediera en la vida se tuviera que relacionar con mi nombre. Se comenta en la familia que me viene por la bisabuela paterna, que se llamaba Rodriga Manuela, y yo siempre contesto que no entiendo cómo me quitaron el Manuela, coño!

Era martes y llovía. Sí, podía ser cualquier otro día, pero a mi me tocó nacer un martes de aguas torrenciales. Al salir no lloré, o eso dicen las 300 personas que estaban presentes. Sí, mi madre parió en una sala atestada de gente fumando y bebiendo. De los 300 sólo mi tío Pedro, al qué aún hoy adoro, se opuso al nombre de Rodriga. De hecho fue él mismo quien, poco tiempo después, empezó a llamarme Ro.

En la sala de partos, mi pobre madre no pudo evitar la avalancha de familiares y amigos. Mi padre el primero, sí, el primero en marearse y sentarse en un rincón con una botella de vino que compartía con gusto con su hermano, mi tío Martín, y una novia de éste que nadie se acuerda de su nombre. De momento ya van cuatro, a parte del médico, la enfermera y la comadrona. Mi adorado tío Pedro vino con su compinche del alma, Montse Pons, aún hoy inseparables. Mis dos abuelas tampoco se quisieron perder la fiesta, mis abuelos en cambio, que siempre han sido los más sensatos de la familia, decidieron esperar en el bar del hospital. Si no he perdido la cuenta, ya van diez, sin contar a mi madre claro. Según parece unos primos del pueblo estaban de visita en la ciudad y no quisieron ser menos, eran tres. Las dos mejores amigas de mi madre, Paqui y Marta, se encargaban de la intendencia, iban a por tabaco, alguna cosa de picar por si se alargaba, vino, café y también suplían el papel de mi padre, que en lugar de un papel estaba haciendo un papelón, y cogían la mano de su amiga de vez en cuando. Lo raro es que no llorase al nacer. Creo que mi primer llanto lo provocó mi padre al gritar desde su rincón ¡RODRIGA YA ESTÁS AQUÍ!