dimecres, 28 de juliol del 2010

EL DÍA DE LA QUEJA

Mi madre se inventó "el día de la queja" cuando uno de nosotros estiramos demasiado la cuerda de su paciencia. Harta de aguantar suplicas y de oírnos rechistar, proclamó el miércoles como el único día en que nuestra casa se podía oír una queja, una pelea o cualquier cosa que pudiera entorpecer su paz.

Al principio me tomé muy a pecho la tarea de apuntar cualquier cosa que me molestara y llegaba a las reuniones quejunas más preparada que nadie. Me podías ver por casa con un pequeño blog en mano, observándolo todo y apuntando en riguroso orden lo que no me gustaba. Cuando digo riguroso, es riguroso: día, hora, estancia de la casa, persona implicada y el por qué de mi disgusto.

La verdad es que era un poco exigente con todos. De papa me molestaba que se durmiera antes que yo por sus ronquidos; que no pudiéramos empezar a comer nunca puntual porque siempre tenía una cosa u otra que hacer cuando mama nos llamaba a la mesa; que cogía el mando de la TV y no podíamos ver más que el telediario; que me hiciera pellizcos en mis mejillas cada vez que le daba una buena noticia; que entrara al lavabo antes que yo y lo dejara todo apestado; que siempre se sentara en la punta de la mesa; que consiguiera todos los quesitos del Trivial cuando yo aún no tenía más que uno; que no se limpiara los zapatos antes de entrar en casa; que me obligara a practicar todo tipo de deportes imposibles para mí y una queja que no le faltaba cada miércoles era la de mi nombre. No le podía perdonar que me hubiera puesto un nombre tan feo, tan masculino y tan poco adecuado.

De mama me irritaba su capacidad de estar alegre 24 horas; que no parase en todo el día: si no estaba fregando, estaba planchando y sino quitando el polvo; que me viniera a buscar al colegio todas las tardes (vivíamos puerta por puerta con la escuela); que me cosiera y descosiera la ropa en lugar de comprarme ropa nueva; que me obligara a hacer los deberes antes de ir a jugar; que me enviara cada día a comprar el pan y ¡cómo no! que hubiera permitido que me pusieran Rodriga sin rechistar.

De mí, creo que no había queja alguna. Hombre por favor, sólo con mi lista ya teníamos para una hora. Creo que era mi táctica para no dejar tiempo a los demás. Bueno, la verdad es que si recuerdo algunas: Ro eres muy desordenada, tendrías que aplicarte más, a veces te exaltas por nada...

Con los años ya cada vez me molestaban menos cosas y estoy convencida que las reuniones de los miércoles nos ayudaron a todos a ser más tolerantes, a respetarnos y a saber hablar las cosas en lugar de gritar, pelear o esperar la mejor ocasión para soltar una impertinencia sin venir a cuento. Estuvimos un tiempo sin reunirnos, pero cuando mi hermano Miguel cumplió 7 años volvimos a instaurar "el día de la queja", y la verdad, mi hermanito tampoco se quedaba corto con sus exigencias.