dijous, 18 de març del 2010

NUNCA SEGUNDAS PARTES FUERON BUENAS RO

Dejé pasar un par de semanas después de mi incursión a la alta costura. Me quedó claro que tenía que ir a otro tipo de tiendas. Mi amiga Noelia había ido a la boda de su prima con un vestido de Tango monísimo y, la verdad, después de la multa de aparcamiento mi presupuesto había descendido un poquitín. O sea que me levanté otro sábado con el espíritu consumista cargado de pilas y dispuesta a no regresar hasta encontrar el vestido perfecto. Mi vestido.

Esta vez decidí esperar el autobús 56 que pasaba a tres manzanas de mi casa y que me dejaba en el gran centro comercial de las afueras de la ciudad. Aquí podría escoger entre un montón de tiendas diferentes Tango, Mara, K&M, Peneton, Persca y tenía una larga mañana para revolver hasta en el último estante de todas estas tiendas. Antes de entrar me quedé mirando la gran puerta convencida que saldría unas horas más tardes victoriosa de ella. Cuanto me equivocaba.


Aquí no me encontré con ninguna dependienta casi guapa y sonriente. Ni siquiera me encontré con ninguna dependienta. Es broma. Lo que sí que no encontré fue una talla mayor de la 42, y ésta parecía más una 38 que una 42 en sí. Que hartón de entrar y salir de los probadores, con vestidos de todas las formas y colores. En la primera tienda ya desistí de ir con un vestido naranja, largo hasta los pies y palabra de honor. No había nada parecido, pero bueno estaba abierta a otras posibilidades sin problemas, como abiertas también estaban la mayoría de las cremalleras de los vestidos que intentaba ajustar a mi cuerpo talla 44.
No estoy muy acostumbrada a ir de compras y para probarme un vestido tenía que quitarme unas botas deportivas de cordones, unas mallas negras -que ahora todo el mundo se empeña en llamarle leggins, pero son mallas de las de toda la vida- una falda, una camiseta de manga corta y después la camiseta de manga larga que va justo debajo y según con qué vestido los sujetadores. Y la verdad, como son los probadores que en lugar de probadores parecen neveras, tuve el mérito de entrar y salir por lo menos 28 veces. Creó que sudé tanto que si hubiera dado una segunda vuelta el primer vestido que no me cerraba me hubiera quedado grande.
Después de casi 4 horas entrando y saliendo de cada una de las tiendas y de cada uno de sus probadores deserté. Salí por la misma puerta que me había dado la bienvenida a primera hora con unos calcetines a rayas y una bolsa de chuches.
Al cabo de dos semanas más,me levanté casi a las 10 para ver si encontraba algo en el mercadillo semanal que se organizaba todos los sábados en un pueblo cercano. Cuando me dirigía al garaje con la resignación del vencido, mi madre me llamó por el interfono ¡Ro sube un momento antes de irte! Y encima del sofá me esperaba un hermoso vestido largo anaranjado de palabra de honor y a mi talla. Mi madre, que me tenía la medida tomada, se había pasado las dos semanas cosiendo día y noche para darme la sorpresa.Me quedaba perfecto, solo faltaban pequeños detalles.

PRITI RO

El día que mi adorado tío Pedro me dijo que se casaba, empezaron todos mis problemas con la alta costura. Bueno, la alta, la baja y la mediana. Me puse loca de contenta cuando me prometió que el primer baile sería conmigo y me ofreció ser testigo de su boda. Acepté encantada.

Por suerte me invitó a cenar tres meses antes para darme la noticia, aún así, al día siguiente me levanté más temprano de lo normal para ser sábado. Tenía que empezar a preparar el vestido perfecto, escribir un texto bonito para los novios y sobretodo aprender a bailar.


Lo primero era lo primero. La verdad, pensé que con el vestido lo tendría fácil, quería un vestido palabra de honor, de algún color alegre y largo hasta los pies. Con esas directrices creí que no me costaría mucho de encontrar, pero cuánto antes lo tuviera mejor. A las ocho ya tenía los ojos como platos imaginándome con mi super vestido bailando el mejor de los balses agarrada a mi tío. Después de estar hora y media soñando despierta, me vestía toda mecha y salí a la calla dispuesta a no regresar sin mi vestido.


En el centro de la ciudad donde vivo hay tiendas a patadas. Se podría considerar un gran centro comercial. Para esta ocasión me podía permitir gastarme unos ahorrillos que había reunido haciendo de canguro algunos sábados. Iría a un sitio selecto. Dónde te miman sólo de entrar. Subí a mi motillo y me dirigí a una de esas tiendas que nunca me atreví a mirar ni su escaparate. Pude aparcar encima de la acera justo enfrente. ¡Qué suerte!, pensé. Me sorprendió que para entrar tuvieras que picar un timbre. No había dado ni dos pasos que una chica estupenda vino hacia mi con una sonrisa fantástica y me dijo Los repartidores entran por la puerta de atrás. No tuvo bastante con eso, que también añadió Deja lo que hayas traído en la rebotica y vete. Eso sí, lo dijo sin dejar de sonreír y sin mirarme en ningún momento, si lo hubiera hecho, se hubiera dado cuenta que no llevaba más que mi casco en la mano. Como no me había dado tiempo no había pasado del umbral, me giré, cerré la puerta de un portazo y me fui. La casi guapa de la dependienta no me estropearía mi día de priti guoman.

Justo al lado había otra boutique de estas finas. Antes de entrar miré su escaparate. Sin duda era un buen lugar para encontrar el vestido más elegante de toda la ciudad. Mi vestido. Entré. Esta vez tuve más suerte. La dependienta me dijo -sonriendo también- ¿Le puedo ayudar en algo? No gracias sólo miraba. Empezábamos mejor. Los primeros vestidos que vi, eran más para representar una ópera gótica que para una boda. Mientras pensaba en esto, noté una sensación rara. Miré detrás de mi y a no más de dos palmos de mi espalda estaba la dependienta mirándome fijamente. Entonces fui yo que le dijo ¿Te puedo ayudar en algo? A lo que me respondió Creo que te has equivocado de tienda. ¿Sabes cuánto cuesta este vestido por ejemplo? ¿¿¿Perdona??? No esperé contestación alguna y sin salir de mi asombro la miré de arriba a abajo y pensé lo triste que era dar las cosas por hecho. Cómo era joven y no vestía “bien” quería decir que no podía tener dinero suficiente para comprarme un vestido en esa tienda. Tampoco me despedí de esta dependienta.

Creo que la que más me dolió fue la tercera. Nada más entrar, también muy amable, otra señorita casi guapa -la verdad se parecía bastante a las otras dos- me soltó Hola majo, la tienda de ropa masculina está dos calles más arriba. Si quieres llamopara avisar que vas para allí. Sólo me salió un No hace falta gracias. Salí completamente derrotada, decidí que por ese día ya me había codeado lo bastante con la alta costura así que cabizbaja me dirigí hacia mi punto inicial. Para mi sorpresa en lugar de mi moto me encontré un triangulito amarillo de la grúa. Parte de mi vestido fue a parar a la multa. Día completo.

dijous, 11 de març del 2010

GAFAS

Ni recuerdo cuántas gafas llegué a romper el año que cursaba segundo de bachillerato. Podría decir ocho y me llamaríais exagerada. Entonces seguro que fueron nueve o diez.

Cada vez que entraba a la óptica, la dependienta ya se reía esperando mi historia, mientras se frotaba las manos por debajo del mostrador al pensar en el dinero seguro que se iba a sacar esa tarde.

Las primeras gafas que se me rompieron eran redondas, cómo las de John Lennon. Me encantaban esas gafas poco favorecedoras, por eso aún las conservo hoy en una caja llena de recuerdos adolescentes. Iba subiendo tranquilamente las escaleras, de repente alguien gritó ¡Bomba va! Miré hacia arriba y una pelota de baloncesto bajaba los tres pisos rebotando de un sitio al otro y zas! en mi cara. Mis gafas se rompieron por la mitad y no se salvó ni un cristal. Nada. Esa misma tarde empezarían mis visitas a la óptica.

Decidí cambiar de estilo y me compré unas gafas rectangulares de metal azul. Éstas me duraron un poco más gracias a la garantía de compra. Pero no hacía ni dos meses que las tenía que un accidente fortuito en el vestuario de chicas me hicieron regresar a la óptica con las gafas hechas añicos. En clase de gimnasia sólo nos duchábamos tres. Yo una de ellas, claro. Dejé mis gafas en el bolsillo exterior de mis tejanos. Cuando salí de la duchas, los pantalones ya no estaban colgados, reposaban en el banco. Corrí a buscar mis gafas. Las encontré dentro del bolsillo aplastadas, seguramente por un culo enorme y sucio de una de mis compañeras que en lugar de ducharse se había quedado de cháchara en el vestuario. Buf!
Éstas me las pudieron arreglar en dos días, pero al cabo de dos semanas iba hacia mi casa cuando me gritó una vecina desde su balcón. Me giré rápido a ver qué quería con la mala suerte que justo detrás había una farola. ¡Qué tortazo! Me mareé y todo. La vecina bajó corriendo para ver si estaba bien. Yo sólo me llevé un chichón. Mis gafas se partieron en dos. Ya van tres.
Estaba un día en clase de literatura. La verdad es que nuestra profe era un poco histérica y cuándo alguien hablaba le daba por tirarle tizas a la cabeza para hacerle callar. Cuando me aburria en clase yo no hablaba, dibujaba. Estaba yo en mis dibujos cuando de repente noté unos movimientos raros delante mío. Levanté la cabeza y un borrador de esos de madera vino a chocar contra mi cara. La profe se disculpó con un No iba para tí, lo siento. Y yo me quedé con el cristal izquierdo de mis gafas en la mano.
Eso que dicen se peleaban dos y recibió el tercero. Pues así se rompieron las quintas. Cómo siempre, yo salía despistada de clase. No me había dado cuenta que dos se estaban peleando. Uno de ellos tiró un puñetazo al aire justo cuando yo pasaba. Me golpeó en la cabeza, saltaron mis gafas y el otro me las pisó. Al menos esto sirvió para que pararan la pelea. Ese mismo día una amiga me dijo Ro, a lo mejor deberías probar de llevar lentes de contacto, no crees.

CONSTANCIA

Cuándo mis padres me dijeron Ro, mamá está esperando un bebé. Sólo deseaba que fuera niña para poder ponerle un nombre más feo que Rodriga. Yo tenía 13 años y el nombre más feo que se me ocurrió fue Constancia.

Así que cada mañana le acariciaba la barriga a mi madre y le decía cosas al bebé como Constancia bonita qué ganas tengo de verte! o Ya quiero jugar contigo Constancia! Y mi madre me miraba con dulzura sin darse cuenta de mi plan malévolo. Constancia era el mejor nombre que le podía escoger a mi hermanita. Después vino el momento en que me di cuenta que en nuestra casa sólo había dos habitaciones, así que seguro que la niña pasaría a ocupar una parte de mi adorado espacio. La verdad, mi cuarto no era muy grande y me autoconvencí que mi cama desaparecería y en su lugar colocarían unas odiadas literas. Seguro que al ser la mayor me tocaría arriba y me quedaría aplastada contra el techo y me caería una mala noche al suelo y no podría escaparme durante la noche para ver la tele detrás del sofá porqué despertaría a mi inquilina. Sí, cuando más lo pensaba, más me gustaba el nombre de Constancia para mi hermanita.

Y ya me imaginaba sacando a pasear a la niña por los parques Hola yo soy Ro, tengo un nombre muy guai, en cambio ella es Constancia vaya tela mis padres! Y cada vez que pensaba en la pequeña Constancia -ya me encargaría yo que se quedara así, nada de Cons o Cia- una sonrisa me surgía y ya tenía ganas de ir con mi madre y abrazarla y decirle todas las cosas bonitas y rosas que había visto en la tienda de pequeñines del final de la calle. Todas ellas para la esperada Constancia.

CONSTANCIA. Cuando más lo decía más feo me parecía y al cuarto mes de embarazo mi madre empezó a llamarle Constancia y yo me reía por dentro cada vez que alguien le preguntaba por el nombre y mamá decía Si es niña Constancia, si es niño no lo hemos pensado aún! Rodriga era nombre de niño, pero mi hermana tendría nombre de documento. ¡Qué días más felices!

La barriga iba creciendo y el nombre de Constancia ya se iba aposentando. Sólo mi adorado tío Pedro objetaba y decía que conmigo no lo había logrado pero que no podría soportar otra sobrina con un nombre de abuela del siglo XVIII. Creo que es una de las pocas veces en mi vida que he visto a mi tío contrariado de verdad. Pobrecito y él no tenía ni idea que había sido yo la instigadora. A mi padre parecía darle igual, aunque a veces pensaba que era una pena, a lo mejor se le ocurriría un nombre aún peor que Constancia, no nos olvidemos que fue él quien me puso Rodriga.

Constancia se adelantó. Mi madre se puso de parto cuándo no había cumplido las 35 semanas. Todo fue de maravilla. Todo, menos que Constancia nació niño, le pusieron Miguel y lo instalaron en el armario ropero de mis padres.

dijous, 4 de març del 2010

CUESTIÓN DE PESO

Rodriga no es lo único contundente que tengo. Unas grandes caderas que se juntan con unas nalgas respingonas, una barriguita de bebé y unas tetas como sandías hacen que mi cuerpo también sea contundente. Lo que hoy puede parecer exuberante, cuando era pequeña me hizo sufrir que me adjetivaran de mil y una maneras.


Para mis abuelos era una niña reforzada. Para mi tía Manuela, la del pueblo, estaba más robusta que un toro. A mi adorado tío Pedro le encantaba llamarme regordeta. Encarni, la vecina del tercero, siempre que podía me recordaba que era muy corpulenta para mi edad. Al jefe de mi madre le daba por apretarme las mejillas mientras me decía ¡qué niña más rolliza! La panadera, cada vez que iba a por un croissant, me deleitaba con un Ro, así nunca vas a salir de gorda! Directamente, sin piedad, venga por si no me había quedado claro.

El día que mi pediatra le dijo a mi madre que sería necesario ponerme a régimen y que en lugar de tres platos de macarrones me dieran uno, me planté. Podía soportar cada uno de los adjetivos que me adjudicaban, pero sólo de pensar en qué me racionarían mis macarrones, me ponía enferma. Y aúnque mi madre me servía un plato, me especialicé en ir a hurtadillas a comer directo de la olla macarrones hasta reventar. Fue peor el remedio que la enfermedad. Al cabo de dos meses me había engordado 7 kilos. El pediatra desistió y le dijo a mi madre que mejor que comiera todo lo que quisiera y que intentara hacer un poco de ejercicio. Batalla ganada.

Hubiera pesado sobre la consciencia de mi madre el tener una hija amargada y huraña, delgada eso sí. Total por un plato de macarrones más o menos. O sea que la reforzada, robusta, regordeta, corpulenta, rolliza y hasta gorda pudo pasar sus años de infancia comiendo tantos macarrones cómo quiso y feliz.

dimecres, 3 de març del 2010

DESORDEN TEMPORAL

No sé cómo lo hago pero siempre voy corriendo a todas partes y nunca consigo ser puntual. A veces es muy cansado ser yo, y lo digo literalmente. Es normal verme llegar con la lengua a fuera, toda despeinada, con cara de velocidad y disculpándome reiteradamente. Parece como si siempre tuviera tiempo para hacerlo todo, pero cuando está apunto de llegar la hora clave surgen imprevistos. De verdad, no lo puedo remediar.
Creo pero que el desorden temporal, así es como yo llamo a la impuntualidad, me viene de familia. ¿Sabéis que nunca conseguimos llegar a vendecir la palma? Cuántos domingos de ramos nos pasamos en el coche a esperar que se acabara la misa para después camuflarnos entre los feligreses y hacernos la foto en las escaleras de la iglesia. Nunca entendí, porqué año tras año había la histeria en casa de ducharnos, vestirnos como floreros, recoger la palma, ir a por el coche, montarnos a toda prisa, cruzar la ciudad como un rayo para aparcarnos, escuchar la radio en el coche y esperar para la foto de rigor. Total todos sabíamos que íbamos a llegar tarde. Bueno, todos menos mi padre que se ponía de los nervios ya que el pobre estaba convencido que algún año llegaríamos a tiempo.

Sufro desorden temporal desde mucho antes de nacer, mis padres esperaron ocho años después de casarse para tenerme. O sea, que les hice esperar ocho años a los pobres, ¡para tardona yo! Oye todo el mundo nace cuando quiere o cuando puede. Pues eso, a mí me esperaron ocho añitos. Ocho años buscándome para acabar poniéndome Rodriga. No lo puedo entender, pero bueno, no volveremos al tema recurrente de mi nombre. De hecho, sí que volveremos al tema recurrente de mi nombre, por si no lo había dicho es feo de cojones.
Por ir con prisas, he tenido más de un percance. Un día que había quedado con mi amigo Máximo para ir a la playa, rompí las gafas contra una farola por segunda vez en mi vida. ¡Qué dolor! No sé si me dolía más la nariz del golpe o el sonrojo de mis mejillas al darme cuenta que estaba en medio de una plaza atestada de gente. Recogí las gafas partidas y mi dignidad y volví a la carrera. No tenía gafas de recambio, o sea que no podría conducir. Con la nariz hinchada, los ojos llorosos, las gafas partidas en la mano, despeinada y con mil perdones le tuve que decir a Máximo que nos fuéramos a una terraza a comer bravas en lugar de tomarnos un baño refrescante de verano. Ya os he dicho antes que, a veces, es muy difícil ser yo.
Lo fuerte es que todo el mundo se cree que mi desorden temporal lo provoca una profunda pachorra y nadie piensa en el desasosiego que me causan mis atrasos. Llegar tarde forma parte de mi, pero aún no lo acabo de aceptar, como mi nombre. Por eso siempre trato de esconder una cosa y la otra. Cuándo me preguntan ¿Y Ro de dónde viene? -siempre contesto- Ro viene de ronronear. Me lo puso un tío mío cuando era muy pequeña porque hacía unos ruidos parecidos al ronroneo de un gato. Y cuándo me preguntan Ro, ¿por qué siempre llegas tarde? -respondo- porque sufro desorden temporal. Y me quedo tan ancha.