dimecres, 21 d’abril del 2010

POR LOS PELOS

Tengo pelo donde el resto de mortales no sabe ni que exista piel. Recuerdo perfectamente el día que decidí pedir hora para depilarme. Estábamos en la playa con unas amigas, todas muy monas y muy depiladas, no muy lejos de nosotras había unos chicos que no paraban de mirar. De aquel grupo saldría mi primer novio, creo que le gusté por los pelos. Sí, broma fácil.


En pleno mes de julio, me podías ver tapada hasta las cejas -por no decir la ceja- y moviéndome como un robot para no mostrar mis jóvenes y peludos sobacos, que palabra más fea por cierto! Bueno, esa misma tarde fui directo a la sala de torturas a que me quitaran hasta la última sombra. Yo no sé si grité más que lloré o lloré más que sufrí. Pero que me dolió os lo puedo asegurar. Detrás de mi había una primeriza y al salir le vi tal cara de susto que pensé en decirle no lo hagas tu aún estás a tiempo, ¡corre!

Salí directa a casa de mi amiga Chusa, después de dos horas de sufrimiento necesitaba compartir con alguien mi experiencia y ella seguro que me entendería. Iba por la calle pensando que mi cara reflejaba mi gran paso, bueno mi cara o mi raro caminar ya que tenía la sensación que había ido a un combate de boxeo. Me dolía todo el cuerpo. Pero bueno, lo había superado y podría ir a la playa como cualquiera de mis amigas, en bañador.


Mi alegría duró un mes, más o menos. Pensé en todas las veces que mi madre me dijo alarga el tema de la depilación, que eres muy joven y esto es para toda la vida. Ahora entendí que el "toda la vida" no significaba una vez en toda mi vida y así empezó mi sufrimiento de esteticien en esteticien. La primera se llamaba Alicia y le llegué a coger cariño, después fui a una peluquería que en la trastienda montaron una camilla y un aparato de cera y mientras una clienta se secaba el pelo la chica -que no recuerdo el nombre- venía y te daba un buen tiron, seguido de un grito mío que se debía oir hasta en Cancún. Te podías estar tres horas depilando. Dejé de ir porque cada vez que salía todas las marujas me miraban con cara de ¡qué exagerada, jamía! Cómo si por el sólo hecho de ser mujer tuviera que aguantar el terrible dolor que me provocaban los tirones con la cera. Dolía sí o sí. Bueno, tengo que reconocer que han pasado los años y yo he dejado de gritar ahora sólo me muerdo el labio inferior y me agarro fuerte a la camilla.

dilluns, 12 d’abril del 2010

SAILES DE BALÓN

Con el vestido que me había hecho mi madre para la boda de mi tío, uno de mis problemas había quedado resuelto. Faltaba el segundo, aprender a bailar. No sé cuántas veces pensé en lo fácil que sería hacer creer a todos que me había torcido un pie, y así ahorrarme la vergüenza de demostrar mi nulidad como bailarina. Pero después al imaginar a mi tío Pedro dándole el primer baile a cualquiera me reconcomía por dentro. O sea que cogí el toro por los cuernos y me puse a buscar un profesor de baile.



Restándole la multa de mi primera incursión en el mundo de la moda, creía tener suficiente dinero para pagar unas clases. Pero no era así. La verdad es que era mucho más caro de lo que yo me pensaba. Mi idea era no decirle a nadie que en mis horas libres me dedicaba a los bailes de salón con un grupo de fósiles de la tercera edad. Unos fósiles que me desmostrarían en cada clase que eran mucho más flexibles y elásticos que yo. Pero claro, con mi dinero no me llegaba ni para pagar dos sesiones. Teniendo en cuenta que sólo me quedaba un mes y medio para la boda, apechugaría con todas las horas extras posibles.


Tenía que pedir dinero a alguien. Pero a quien? Tío Pedro no era una opción, cómo muchas otras veces que me ayudaba a comprarme caprichitos a espaldas de mis padres. Mi padre impensable, cada vez que le pedía dinero era peor que un inspector de hacienda. Mi madre, era de los tres la que más claro veía. Pero también me sabía mal, ella ya había gastado mucho dinero y energía con el vestido, no sabía muy bien cómo plantearle.


Mamá, quiero hacerle un regalo... no no no, Mamá sabes que el tío Pedro me ha pedido que yo haga el baile...que va! Mamá, sabes que la ilusión de mi vida es aprender a bai...si hombre Ro, esto no cuela ni en pintura! Mientras yo estaba frente al espejo ensayando la mejor manera de pedirle a mi madre el dinero, ella me observaba desde la puerta del lavabo. Qué susto me dí al oir detrás de mí Venga Rodriga dímelo ya, qué quieres? me giré con cara de susto y lo dije sin tapujos Mamá necesito dinero para apuntarme a Sailes de Balón! Para qué dices? y las dos nos pusimos a reir cómo locas, cómo si nunca nadie pudiera decir algo más gracioso. Mi madre decidió que a ella tampoco le iría mal refrescar el tango, el cha cha cha o el pasodoble y durante un mes las dos fuimos a Bailes de Salón. Cuando llegó el gran día, a parte de dos o tres, cuatro o cinco pisotones, salí victoriosa en la pista de baile en los brazos de mi recién casado tío Pedro y el secreto de los Sailes de Balón quedó entre mi madre y yo, cómo si toda la ligereza de los pasos del vals los hubiera aprendido desde la cuna.


dijous, 1 d’abril del 2010

LA TIA MARIA

Hacía dos o tres años que a muchas niñas de mi clase ya les había visitado la tía María cuando una tarde de primavera llamó a mi puerta.

Estaba jugando a pelota con Chusa, mi amiga del alma, cuando noté un ligero malestar en la barriga. No sabía muy bien qué me pasaba pero me despedí con prisas y me fui a paso ligero a mi casa. Al llegar le dije a mi madre que no me encontraba muy bien, algo me ha sentado mal mama, me duele la barriga.

Decidí sentarme un momento en el baño para ver si realmente era un problema intestinal. Y para mi sopresa en mis braguitas se alojaba una mancha tirando a marrón. Me había cagado encima, por fin entendía lo que debía ser un pedo con cola. Mamá, creo que se me ha escapado caca, ven!

Entró a toda prisa, sin llamar a la puerta. Los ojos le brillaban y me alargaba con su mano un paquete de compresas -compresas a secas, por aquel entonces no había ni con alas, ni super, ni olor fresh ni ná de ná- miré el paquete de pañales y lo comprendí todo, era la primera visita de la tía María.

Por fin podría entrar en las conversaciones durante las horas de patio de las niñas de la clase, a mi me viene a principios de mes y me duele muchísimo! otra decía pues no hay para tanto, yo ni me entero, de hecho hay algún mes que la tía María se olvida de mi. Y una tercera respondía, yo ya uso tampones, mi madre no lo sabe, tías es lo mejor! el lunes cuando llegué, me puse en un grupito y solté pues mirad, el viernes me visitó la tía María por primera vez y pensé que me había cagado encima. Una cara de asco general se dibujó en sus rostros y se fueron sin contestarme siquiera y a partir de ese día decidí no comentar nada más sobre el asunto.

Pero claro, una tiene una madre para eso, para no dejar que nos olvidemos de ciertas cosas. Y el sábado siguiente me extrañó que se convocara una comida familiar en casa. La verdad es que persona que entraba persona que me miraba con un Aiiii cuánto le queda! Cuando empecé a entender que todas las miraditas y los cuchicheos iban dirigidos a mi, cogí a mi adorado tío Pedro y le pregunté ¿qué les pasa? Y el sólo me respondió, Ro te haces mayor y ya casi nunca ronroneas. Hay cosas que a partir de ahora quedaran atrás. Era la primera vez que sentí que mi tío no tenía todas las respuestas, o mejor dicho, todas las respuestas comprensibles para mi.

Durante la comida tuve que soportar como toda mi familia me mandaba miradas ñoñas de complicidad y yo aún no entendía que tenía de especial si la tía María nos visitaba a todas, durante muchos años una vez al mes y cuando en los postres se sacó el espumoso de las ocasiones especiales y mi padre gritó brindemos por Rodriga, nuestra niña que se ha convertido en mujer! yo ya no pude más, exploté, bueno basta ya! se ha convertido en mujer, se ha convertido en mujer y antes que era...una rana! Y una aiiiiiiiiiii al unisono se oyó por nuestro comedor, mientras yo me iba a mi cuarto deseando cerrar las puertas a la tía María para siempre. Prefería no poder entrar en según que conversaciones, quería que mi familia me dejara de mirar cómo si fuera un mono de feria y sobretodo, no me imaginaba con esos pañales llamados compresas en mi culo una vez al mes el resto de mi vida.

TU MISMA

El primer día que mi madre me dijo tu misma, haz lo que quieras tenía siete años y me lo tomé al pie de la letra. Al instante descubrí que el tu misma es de las frases más hipócritas que se le dicen a un hijo. También supe que del tu misma al ni te se ocurra va un paso. Ahora mismo ni recuerdo que causó el gran enfado de mi madre.

Estábamos en casa de unos amigos suyos y sólo sé que me dijo tu misma, tu sabrás y cuando iba yo misma a actuar noté un pellizco en el brazo mientras me decía ni te se ocurra, tu no te mueves de aquí. La verdad no entendí nada. Con los años aprendí a entender los tu misma de mis padres, y cada vez que oía el tu misma lo traducía automáticamente en un no lo hagas Ro, vas a tener problemas.

Otra manera que tienen los padres de decir un tu misma es pregúntale a tu madre y cuándo ibas toda confiada a que tu madre te diera un si, está te contestaba mira, si tu padre te deja por mi no hay problema. Y yo me quedaba en el pasillo pensando, esto es un tu misma y automáticamente llegaba a la conclusión de no lo hagas Ro, vas a tener problemas.

Alguna vez había intentado jugar a su juego, mama, papa me dice que me deja ir a acampar con unos amigos el sábado, ¿tu qué dices? pero ellos siempre tenían la respuesta perfecta para dejarme igual ya hablaré yo con tu padre. ¿Cuándo mama? ¡Cuándo pueda! Pero eso significa que podré ir o no, me lo puedes decir porfaaaa. No me marees, mira... tu misma Ro.Y ya estábamos en lo de siempre YO MISMA! Pero llegaba el sábado, me levantaba temprano para ir de camping y cuándo estaba a punto de salir por la puerta se oía dónde te crees que vas, hoy tenemos que ir a ver a los abuelos que hace mucho que no vamos! Pero mama, papa me dio permiso para ir de excursión, ¿te acuerdas?. Entonces aparecía en su cara una expresión de enfado y decía tu misma, tu sabrás. Y yo me iba sabiendo que iba a tener problemas. Lo peor era llegar el domingo con ganas de explicar el fantástico fin de semana que habías pasado y encontrártela en el sofá con la misma cara de tu misma.