dijous, 25 de febrer del 2010

BUSCANDO MI RO INTERIOR

Nunca he sabido muy bien que era eso del yo interior, pero mis padres insistían en apuntarme a extra escolares para descubrir que "yo" tenía más exteriorizado. Grandes fracasos. Bueno no sé si fracasos sería la palabra más correcta. Creo que yo era una experta en sabotear cualquier intento de sacarme de mi ocupación favorita, estirarme en el sofá y mirar los dibus hasta cansarme. Bueno los dibus, los programas de mayores, los telediarios. La verdad es que cualquier cosa que saliera de mi caja preferida me parecía fantástica. Cuando mis padres me creían dormida, substituía mi bulto en la cama por una muñeca china tamaño real y me escondía entre el sofá y la pared para poder ver los programas nocturnos. Me encantaba, aunque ahora estoy segura que ellos lo sabían y disimulaban para no frustrar sus esperanzas de que por lo menos su hija sirviera como contorsionista de circo.

Pues eso, la primera actividad que recuerdo fue el Jazz. Una prima mía, mucho mayor que yo, iba a una academia y mi tía animó a mi madre para que me apuntara. Con tan sólo cuatro años demostré a todos cómo puede ser de feliz un pato mareado. Fui a mis clases rigurosamente y claro llegó el odiado espectáculo de fin de curso. A mi me pareció raro que todos mis compañeros, niñas la mayoría, fueran vestidos de pitufos, en cambio yo iba con una especie de feo saco gris. Lo entendí todo cuando la profesora, maestra, bailarina o como se diga me dijo Mira Ro, tu te vas a poner en una esquina del escenario y te vas a quedar quieta. ¡Harás de piedra! Fui la piedra más digna que se ha visto jamás encima de un escenario. Creo que me dormí y todo. Y el año siguiente me salvé de volver a esa tortura llamado Jazz.

El segundo intento fue con el patinaje. Aún no les había quedado claro que todo ejercicio físico era demasiado para mi equilibrio y me obligaron una vez por semana a pasar la humillación a la hora de comer de ir con niños tres años más pequeños que yo a patinaje. Mientras mis compañeros jugaban a fútbol o a las gomas yo sufría en silencio cada batacazo, lo mío no eran caídas era trompazos. Por suerte la monitora se apiadó de mi y habló con mi tutora para decirle que el patinaje no era lo mío. Quedé salvada al cabo de un mes. Lo fuerte es que yo nunca me quejaba, me ponía los patines con resignación y me tragaba la vergüenza con cada golpe. A mi lo que más me jodía era ver a mis amigos divirtiéndose en la otra punta del patio mientras los enanos de primero que patinaban mucho mejor que yo se reían de mi torpeza con descaro.

Por fin mis padres se dieron cuenta que el deporte en lugar de exteriorizar mi yo interior me lo llenaba de golpes. Pero aún así no dejaron de insistir. ¡Qué pesaos! Pero si no recuerdo mal, con lo que más sufrí fue con la intentona de que aprendiera un instrumento musical. Primero fue el piano, qué aburrimiento. Después la guitarra, cómo dolían los dedos. Por favor yo sólo soñaba con un triangulito de orquesta o una pandereta navideña. Tuve suerte que mi madre se dio cuenta que cada vez que me dejaban en el conservatorio yo ponía cara de susto. La tortura duró lo que duró, pero mi padre no se daba por vencido y un tiempo después me apuntó a la coral del colegio. Por qué!? Cada día de ensayo, ya por la mañana, me empezaban a sudar las manos. Al nacer debí dejar el oído dentro la placenta, primero el derecho y después el izquierdo. El día que el cura me dijo que mejor que sólo moviera los labios para no molestar a mis compañeros, se me abrió el cielo. Llegué a casa, lo dije y fue mi último día como corista.
La preocupación de buscarme ocupaciones, llegó al extremo de hacer inglés en familia. Pero, claro, si mis padres hacen algo lo hacen hasta el fondo. Y una vez por semana venía un inglés de catálogo, con bombín e impoluto, y nos intentaba enseñar inglés a mi padre, mi madre, mi prima Teresa, mi tío Pedro y a mi. Jou dou you dou?Gaus yugur name? Qué hartones de reír que se pegaba la familia a mi costa. Y yo otra vez sin saber de qué coño se reían. Esta vez no fui yo la desertora, al cabo de dos meses, bombín en mano el inglés renunció a su primer y último intento de Inglés en Familia.
Después de todas las intentonas mis padres empezaron a aceptar a una hija con muchas habilidades por descubrir y, por fin, dejaron de apuntarme a torturas extraescolares. Y pude pasar horas y horas tranquila delante de mi adorado televisor.












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