dijous, 18 de març del 2010

PRITI RO

El día que mi adorado tío Pedro me dijo que se casaba, empezaron todos mis problemas con la alta costura. Bueno, la alta, la baja y la mediana. Me puse loca de contenta cuando me prometió que el primer baile sería conmigo y me ofreció ser testigo de su boda. Acepté encantada.

Por suerte me invitó a cenar tres meses antes para darme la noticia, aún así, al día siguiente me levanté más temprano de lo normal para ser sábado. Tenía que empezar a preparar el vestido perfecto, escribir un texto bonito para los novios y sobretodo aprender a bailar.


Lo primero era lo primero. La verdad, pensé que con el vestido lo tendría fácil, quería un vestido palabra de honor, de algún color alegre y largo hasta los pies. Con esas directrices creí que no me costaría mucho de encontrar, pero cuánto antes lo tuviera mejor. A las ocho ya tenía los ojos como platos imaginándome con mi super vestido bailando el mejor de los balses agarrada a mi tío. Después de estar hora y media soñando despierta, me vestía toda mecha y salí a la calla dispuesta a no regresar sin mi vestido.


En el centro de la ciudad donde vivo hay tiendas a patadas. Se podría considerar un gran centro comercial. Para esta ocasión me podía permitir gastarme unos ahorrillos que había reunido haciendo de canguro algunos sábados. Iría a un sitio selecto. Dónde te miman sólo de entrar. Subí a mi motillo y me dirigí a una de esas tiendas que nunca me atreví a mirar ni su escaparate. Pude aparcar encima de la acera justo enfrente. ¡Qué suerte!, pensé. Me sorprendió que para entrar tuvieras que picar un timbre. No había dado ni dos pasos que una chica estupenda vino hacia mi con una sonrisa fantástica y me dijo Los repartidores entran por la puerta de atrás. No tuvo bastante con eso, que también añadió Deja lo que hayas traído en la rebotica y vete. Eso sí, lo dijo sin dejar de sonreír y sin mirarme en ningún momento, si lo hubiera hecho, se hubiera dado cuenta que no llevaba más que mi casco en la mano. Como no me había dado tiempo no había pasado del umbral, me giré, cerré la puerta de un portazo y me fui. La casi guapa de la dependienta no me estropearía mi día de priti guoman.

Justo al lado había otra boutique de estas finas. Antes de entrar miré su escaparate. Sin duda era un buen lugar para encontrar el vestido más elegante de toda la ciudad. Mi vestido. Entré. Esta vez tuve más suerte. La dependienta me dijo -sonriendo también- ¿Le puedo ayudar en algo? No gracias sólo miraba. Empezábamos mejor. Los primeros vestidos que vi, eran más para representar una ópera gótica que para una boda. Mientras pensaba en esto, noté una sensación rara. Miré detrás de mi y a no más de dos palmos de mi espalda estaba la dependienta mirándome fijamente. Entonces fui yo que le dijo ¿Te puedo ayudar en algo? A lo que me respondió Creo que te has equivocado de tienda. ¿Sabes cuánto cuesta este vestido por ejemplo? ¿¿¿Perdona??? No esperé contestación alguna y sin salir de mi asombro la miré de arriba a abajo y pensé lo triste que era dar las cosas por hecho. Cómo era joven y no vestía “bien” quería decir que no podía tener dinero suficiente para comprarme un vestido en esa tienda. Tampoco me despedí de esta dependienta.

Creo que la que más me dolió fue la tercera. Nada más entrar, también muy amable, otra señorita casi guapa -la verdad se parecía bastante a las otras dos- me soltó Hola majo, la tienda de ropa masculina está dos calles más arriba. Si quieres llamopara avisar que vas para allí. Sólo me salió un No hace falta gracias. Salí completamente derrotada, decidí que por ese día ya me había codeado lo bastante con la alta costura así que cabizbaja me dirigí hacia mi punto inicial. Para mi sorpresa en lugar de mi moto me encontré un triangulito amarillo de la grúa. Parte de mi vestido fue a parar a la multa. Día completo.

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