dijous, 11 de març del 2010

GAFAS

Ni recuerdo cuántas gafas llegué a romper el año que cursaba segundo de bachillerato. Podría decir ocho y me llamaríais exagerada. Entonces seguro que fueron nueve o diez.

Cada vez que entraba a la óptica, la dependienta ya se reía esperando mi historia, mientras se frotaba las manos por debajo del mostrador al pensar en el dinero seguro que se iba a sacar esa tarde.

Las primeras gafas que se me rompieron eran redondas, cómo las de John Lennon. Me encantaban esas gafas poco favorecedoras, por eso aún las conservo hoy en una caja llena de recuerdos adolescentes. Iba subiendo tranquilamente las escaleras, de repente alguien gritó ¡Bomba va! Miré hacia arriba y una pelota de baloncesto bajaba los tres pisos rebotando de un sitio al otro y zas! en mi cara. Mis gafas se rompieron por la mitad y no se salvó ni un cristal. Nada. Esa misma tarde empezarían mis visitas a la óptica.

Decidí cambiar de estilo y me compré unas gafas rectangulares de metal azul. Éstas me duraron un poco más gracias a la garantía de compra. Pero no hacía ni dos meses que las tenía que un accidente fortuito en el vestuario de chicas me hicieron regresar a la óptica con las gafas hechas añicos. En clase de gimnasia sólo nos duchábamos tres. Yo una de ellas, claro. Dejé mis gafas en el bolsillo exterior de mis tejanos. Cuando salí de la duchas, los pantalones ya no estaban colgados, reposaban en el banco. Corrí a buscar mis gafas. Las encontré dentro del bolsillo aplastadas, seguramente por un culo enorme y sucio de una de mis compañeras que en lugar de ducharse se había quedado de cháchara en el vestuario. Buf!
Éstas me las pudieron arreglar en dos días, pero al cabo de dos semanas iba hacia mi casa cuando me gritó una vecina desde su balcón. Me giré rápido a ver qué quería con la mala suerte que justo detrás había una farola. ¡Qué tortazo! Me mareé y todo. La vecina bajó corriendo para ver si estaba bien. Yo sólo me llevé un chichón. Mis gafas se partieron en dos. Ya van tres.
Estaba un día en clase de literatura. La verdad es que nuestra profe era un poco histérica y cuándo alguien hablaba le daba por tirarle tizas a la cabeza para hacerle callar. Cuando me aburria en clase yo no hablaba, dibujaba. Estaba yo en mis dibujos cuando de repente noté unos movimientos raros delante mío. Levanté la cabeza y un borrador de esos de madera vino a chocar contra mi cara. La profe se disculpó con un No iba para tí, lo siento. Y yo me quedé con el cristal izquierdo de mis gafas en la mano.
Eso que dicen se peleaban dos y recibió el tercero. Pues así se rompieron las quintas. Cómo siempre, yo salía despistada de clase. No me había dado cuenta que dos se estaban peleando. Uno de ellos tiró un puñetazo al aire justo cuando yo pasaba. Me golpeó en la cabeza, saltaron mis gafas y el otro me las pisó. Al menos esto sirvió para que pararan la pelea. Ese mismo día una amiga me dijo Ro, a lo mejor deberías probar de llevar lentes de contacto, no crees.

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