dijous, 4 de març del 2010

CUESTIÓN DE PESO

Rodriga no es lo único contundente que tengo. Unas grandes caderas que se juntan con unas nalgas respingonas, una barriguita de bebé y unas tetas como sandías hacen que mi cuerpo también sea contundente. Lo que hoy puede parecer exuberante, cuando era pequeña me hizo sufrir que me adjetivaran de mil y una maneras.


Para mis abuelos era una niña reforzada. Para mi tía Manuela, la del pueblo, estaba más robusta que un toro. A mi adorado tío Pedro le encantaba llamarme regordeta. Encarni, la vecina del tercero, siempre que podía me recordaba que era muy corpulenta para mi edad. Al jefe de mi madre le daba por apretarme las mejillas mientras me decía ¡qué niña más rolliza! La panadera, cada vez que iba a por un croissant, me deleitaba con un Ro, así nunca vas a salir de gorda! Directamente, sin piedad, venga por si no me había quedado claro.

El día que mi pediatra le dijo a mi madre que sería necesario ponerme a régimen y que en lugar de tres platos de macarrones me dieran uno, me planté. Podía soportar cada uno de los adjetivos que me adjudicaban, pero sólo de pensar en qué me racionarían mis macarrones, me ponía enferma. Y aúnque mi madre me servía un plato, me especialicé en ir a hurtadillas a comer directo de la olla macarrones hasta reventar. Fue peor el remedio que la enfermedad. Al cabo de dos meses me había engordado 7 kilos. El pediatra desistió y le dijo a mi madre que mejor que comiera todo lo que quisiera y que intentara hacer un poco de ejercicio. Batalla ganada.

Hubiera pesado sobre la consciencia de mi madre el tener una hija amargada y huraña, delgada eso sí. Total por un plato de macarrones más o menos. O sea que la reforzada, robusta, regordeta, corpulenta, rolliza y hasta gorda pudo pasar sus años de infancia comiendo tantos macarrones cómo quiso y feliz.

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